domingo, 23 de diciembre de 2007

CUENTO 10: LA DUDA DE TOÑO "EN NAVIDAD"

PRESENTACIÓN

- Abuela, cuando eras pequeña, ¿se escribían cartas a los Reyes Magos?

- Se escribían cartas como ahora.

- Y, ¿qué les decíais?

- Les pedíamos cosas.

- Y, ¿qué cosas pedías tú cuando eras pequeña?

- Cuando era pequeña, como tú ahora, yo les pedía una goma, un lapicero un cuaderno, un saca puntas, un cuento y, a veces, al Rey Melchor que me gustaba mucho por su barba, le pedía una muñeca.

- Como, ¿la “Barbi” de ahora?

- No.
La muñeca que yo pedía era pequeñita, pero muy guapa.

- Y, ¿te traían alguna cosa que no habías pedido?

No recuerdo ahora, pero... ¿Por qué preguntas esto?

- Porque a mí, siempre me traen algo que no pido.

- ¿Qué cosas te traen que no pides?

- Nunca pido ropa, pero ellos... yo no sé por qué pero siempre me la traen.
Y mi madre, cuando abro el paquete de la ropa, siempre dice lo mismo: ¡Qué listos los Reyes Magos! ¡Cómo se acuerdan de la ropa que necesitas!

- Mira, ¡qué bien!

- No, abuela.
Si en la carta yo no digo nada... Que no gasten dinero en ropa. Ya me la comprarán mis padres.

- Tienes razón. Pero nosotros no podemos hacer nada.
Los regalos de los Reyes Magos, siempre se ha dicho, de los Reyes Magos son.
Y ahora te voy a contar un cuento que te va a gustar un montón.

- No será de los Reyes Magos, el cuento que me vas a contar.

- Es un poco de los Reyes Magos y otro poco de Papá Noel.
El protagonista del cuento, tiene una duda muy grande del mismo Papá Noel y no te puedo decir ahora cómo lo va a resolver.

- Cuéntamelo como sea, que yo también quiero saber, quién es el protagonista y qué pasa con “Papá Noel


Había una vez, comenzó la abuela el cuento, un niño llamado Toño que vivía en un de pueblo Madrid.
Su nombre verdadero era Antonio pero familiarmente le llamaban Toño o Toñito.
Vivía en un piso normal y le gustaba mucho adornar su habitación con fotos de futbolistas y dibujos del colegio.
Un día a Toño le habían preguntado qué estación del año le gustaba más.
A Toño le gustaban todas.
Le gustaba el Verano, por las vacaciones, el buen tiempo y la piscina.
La Primavera, porque era muy bonito ver el campo lleno de flores y se divertía mucho cuando, en esta época, salía con sus padres a la Dehesa de su pueblo
El Otoño también le gustaba, porque recogían hojas de los árboles para decorar el árbol del colegio.
Pero sobre todo le gustaba el Invierno.
En invierno se celebraban las vacaciones de Navidad.
Era cuando se ponía el Belén y... venían los Reyes Magos.
En el calendario del colegio ya habían quitado el mes de Noviembre y Toño se dio cuenta que estaban muy próximas las fiestas de Navidad.
En su casa ya se hablaba del belén de todos los años,
del lugar que ocuparía,
de la arena para los caminos,
de la harina para la nieve,
del portal de madera y paja por dentro,
del césped de hierba que tendrían que cortar y...
de las ramas sueltas que simularían árboles para adornar el campo.

Las figuras serían las mismas.
El portal con el niño, la Virgen y San José.
Un pesebre con el buey y la mula.
Unos pastorcitos caminando hacia el portal.
Un horno con la castañera al lado.
Un pequeño riachuelo que nacía entre dos montañas y unas piedras grandes que su padre había cogido de la cantera del pueblo.
Para Toño la ilusión del mes de diciembre eran los preparativos.
Cada día, cuando llegaba del colegio, miraba las puertas del armario donde se guardaban las figuras.
Preguntaba a su madre, cuándo iban a bajar las figuras del belén.
Esperaba un rato la respuesta y... al día siguiente, volvía a hacer la misma pregunta.
En el colegio había comentado con sus amigos que, este año, tenía dos figuras nuevas.
Una cigüeña y un perro.
La cigüeña, la pondría junto al río.
- Y, ¿el perro?, ¿dónde colocarás el perro?, le había preguntado su amigo David.
- No lo sé pero creo que le pondré al lado de un pastor que está muy solo.
Así vivía Toño los preparativos...

Pero su gran ilusión era cuando su padre sacaba de la caja grande los tres Reyes Magos con sus camellos

Con cariño, les cogía entre sus brazos, les acariciaba con sus manos y pasaba suavemente sus dedos por las jorobas de los camellos.
Melchor y Gaspar le gustaban mucho pero Baltasar era su amigo preferido.
Todos los años comentaba con su madre, dónde quería que colocara los tres Reyes Magos.
Este año no iba a ser diferente.
- Mamá, dijo Toño, cuando vio que iba a ponerlos en el belén.
No les pongas tan lejos del portal.
- ¿Por qué?, preguntó su madre extrañada.
- Porque si les pones lejos tardarán mucho en llegar y yo quiero que lleguen pronto los Reyes Magos.
- ¡Claro!. Tienes razón, dijo su madre mientras acariciaba su cara.
La ingenuidad de sus palabras la habían llenado de emoción.

Una semana antes de vacaciones, el Belén de Toño estaba totalmente terminado.
El padre había añadido un pequeño lago de agua natural rodeado de hierba.
La madre había cubierto el portal del Belén con una tela azul y unas estrellitas y Toño había colocado la cigüeña y el perro.
Todo había quedado muy bonito.

En el colegio se lo contó a sus amigos.
A Marcos y a Álvaro les pareció muy bien, pero en su casa no ponían el Belén.
A Adolfo y a Alex también les había parecido muy bien pero en su casa ponían un abeto muy grande y debajo sólo el portal de Belén
- En mi casa también ponemos los tres reyes magos, dijo Toño después de un pequeño silencio.
Todos los años les escribo una carta y me traen lo que les pido.
Por la noche, dejo un poco de agua para los camellos y turrón para los Reyes.
También dejo los zapatos muy limpios y la ventana un poco abierta.
Los tres Reyes Magos me gustan mucho pero Baltasar... yo creo que es el que me deja los regalos.
- Pues a mí, dijo Alex, los regalos me los deja también Papá Noel.
Por la noche, dejamos unos calcetines rojos muy grandes, abrimos un poco la ventana y...
- Papá Noel no entra por la ventana, dijo Toño muy seguro.
En mi casa no viene nunca Papa Noel.
- Y, ¿por qué? dijo Álvaro

- Porque no tenemos chimenea.
- Pues en mi casa, dijo Marcos, me dejan regalos los dos: Papá Noel y los Reyes Magos.
- Y, ¿tienes chimenea?, dijo Toño
- No tengo chimenea. Pero todos los años me deja algún regalo.
La respuesta de Marcos y Alex era clara. Por esto, Toño, guardó silencio. No sabía que responder.
En su casa, nunca se había hablado de Papá Noel y el motivo había sido siempre la “Chimenea”.
Su casa no tenía Chimenea.

Papá Noel, pensaba Toño, es un hombre muy gordo con un saco muy grande en la mano.
En los dibujos y las películas siempre le había visto entrar por las chimeneas, pero la casa de Marcos y de Alex no tenía chimenea.
¿Por dónde podía entrar Papá Noel?
Queriendo buscar soluciones, recordó que en su casa había una chimenea en el tejado, pero no podía ser. Era un tubo redondo que llamaban chimenea y Papá Noel era muy gordo y no podía entrar.
Con esta duda pasó toda la mañana.
Su única pregunta era la de siempre: “cómo Marcos y Alex podían recibir regalos de Papá Noel sin tener Chimenea”.
Pensando y pensando llegó a una solución.
Escribiré a Papá Noel como escribo a los Reyes Magos.
Cuando llegó a casa escribió una carta a Papá Noel.

Querido Papá Noel:
Soy Toño el de la calle de abajo.
Nunca te he escrito porque me habían dicho que solo atiendes las cartas de los que tienen chimenea. Yo no tengo chimenea pero hoy he hablado con Marcos y Alex y me han dicho que no necesitas chimenea para dejar regalos.
¿Es verdad Papá Noel?
Yo por ser la primera vez que te escribo, no te pido nada.
Tráeme el juguete que tú quieras. Sólo quiero saber que es verdad que sin tener chimenea traes regalos.
Te dejaré abierta, un poco, la ventana de mi dormitorio pero también puedes entrar por la terraza de la cocina.
Así lo hacen los Reyes Magos.
No sé si conoces a mi amigo Baltasar el que tiene la piel negra y viste con una tela muy gorda en la cabeza.
Es mi amigo. El que nunca me falla.
Si le conoces salúdale de mi parte.
Dile que soy Toño el de los zapatos con borreguillo por dentro.
¡Querido Papá Noel! Ya me despido.
Esta noche te estaré esperando si no me he dormido antes.
Un abrazo de tu amigo.
Toño


Esa noche, aunque nervioso, se durmió muy pronto.
En sueños oyó ruidos por la terraza, pasos por su habitación y el cuchicheo de personas que abrían y cerraban ventanas. Pero no se despertó. Su sueño era muy profundo.
A la mañana siguiente cuando abrió los ojos, se acordó de su amigo Papá Noel.
Rápidamente se levantó y miró la ventana de su habitación.
Estaba un poco abierta pero no había ningún regalo.
Corrió a la terraza de la cocina y quedó parado.
A distancia vio un paquete grande, pero sus ojos no se atrevían a reconocerlo.
¡No puede ser!, pensó.
Pero lo que veía era verdad.

Ahora, siguió pensando, tendré que dar la razón a Marcos y a Alex: ”Papá Noel no necesita chimenea para dejar regalos”
La presencia de su madre le hizo sonreír.
- Mamá, ¡mira! ¡mira!, dijo señalando con el dedo el paquete
Papá Noel no necesita chimenea para traer regalos. ¿No es verdad?
La madre no supo qué contestar.
Asintió con la cabeza mientras mostraba a su hijo una sonrisa llena de satisfacción
Toño, había logrado disipar de su cabeza la duda y esto, a su madre, la llenaba de emoción.
Y colorín colorado este cuento ha terminado

miércoles, 28 de noviembre de 2007

CUENTO 9: EL PAÍS DE LOS MUÑECOS DE NIEVE

PRESENTACIÓN


-Abuela, ¿por qué se dice “tienes más cuento que Calleja”?

-Porque Calleja era el apellido de un hombre que, hace muchos años, publicó muchísimos cuentos.
Por esto a los que escriben muchos cuentos se les suele decir que tienen más cuento que Calleja.

-Pero si yo no he escrito ningún cuento ¿por qué la “señorita” me dijo que tenía más cuento que ese señor que se llamaba Calleja?

-Mira. Ese señor, que se llamaba Saturnino y se apellidaba Calleja, publicó y ayudó a publicar miles de cuentos llenos de imaginación y fantasía. De ahí viene también que, cuando una persona o un niño dice o cuenta cosas con mucha imaginación y fantasía, se le suele decir que tiene más cuento que Calleja. Que es lo mismo que decir “tienes más imaginación que Calleja”, “te inventas más cosas que Calleja” o “tienes más fantasía que Calleja”.
Porque tú sabes muy bien que los cuentos que tú me cuentas y a ti te cuenta la abuela son de mucha imaginación y fantasía.

-Entonces, los cuentos que tú me cuentas que comienzan por eso y otros que tu escribiste cuando eras pequeña, ¿son como los cuentos de ese señor llamado Saturnino Calleja?

-Pues sí. Aunque no son tan importantes como los cuentos de Calleja.

-Bueno, pero son tantos los cuentos que me cuentas y están llenos de tanta imaginación y fantasía que para mí valen más que los de ese señor llamado Calleja.

Y, ahora, cuéntame otro cuento, inventado por tí y que comience por eso.
Que para mí serán siempre los cuentos de la abuela



Había una vez, hace muchísimos años, comenzó la abuela el cuento, un país muy frío, muy frío.
Era tan frío que solamente podían vivir muñecos de nieve.
Los carniceros, los panaderos, los conductores, los fruteros y los que recogían la basura y repartían las cartas eran muñecos de nieve.
Los abuelos, las abuelas, los padres, las madres, los niños y las niñas eran también muñecos de nieve.
El que más mandaba en ese país, era también un muñeco de nieve.
El sol nunca aparecía.
Sus rayos permanecían ocultos entre las nubes.
Eran muy peligrosos, para los muñecos de nieve, porque les haría desaparecer.
Todo el país había hecho un pacto con las nubes.
Éstas, seguirían siempre el movimiento del sol, para que estuviera continuamente tapado.
En el país de los muñecos de nieve, nadie conocía el sol, ni la sombra, ni las flores, ni los colores.
Sus casas, sus calles, sus campos y todo su paisaje era blanco y los habitantes también vestían de blanco.
No existía la primavera, ni el verano, ni el otoño.
En el país de la muñecos siempre era invierno.
Pero todos eran felices.
Los niños jugaban y se entretenían en medio del campo blanco y los mayores paseaban y disfrutaban alegres, mirando cómo se divertían haciendo bolas de nieve.

Un día un grupo de pequeños muñecos, cansados de estar viendo siempre lo mismo, quisieron salir del país a ver lo que había en otros países.

Les habían contado que, no muy lejos de allí, había un país en el que todo era diferente.
Animados por la curiosidad de lo que habían oído, decidieron ver lo que había más allá.

Caminaron toda la noche y al amanecer llegaron al país vecino.
Cuando comenzó a salir el sol, la luz resplandeció y los muñecos de nieve quedaron admirados de tanta belleza.
-¡Qué bonito!, se dijeron unos a otros, al contemplar tanta variedad de colores.

Los tres muñecos se habían asomado a un país distinto.
El sol, resplandeciente, salía cada día y las nubes no le tapaban.
Los tejados de las casas eran de teja roja y por el valle, rodeado de montañas, corría un río que nunca se helaba.
Las montañas estaban cubiertas de árboles verdes y el campo estaba todo lleno de colores.
Los pájaros revoloteaban y el arco iris lucía sus bellos colores entre nubes y gotas de agua.
Entretenidos con la belleza que estaban viendo, los tres muñecos, no se daba cuenta que ya llevaban un rato muy largo y los rayos del sol calentaban cada vez más.
Uno de los muñecos de nieve, comenzó a sentir un gran sudor en su cuerpo.
Por su frente escurrían pequeñas gotas y sus piernas habían hecho un charco de agua.
-¡Mirad! Estamos derritiéndonos y al sol no le tapa ninguna nube.

-¿Qué hacemos?, preguntó el más pequeño de los muñecos.

-¡Salgamos! No podemos seguir aquí.

Durante mucho tiempo corrieron por el país de los colores.
Estaban ya cansados y decidieron parar un poco, pero su cuerpo se derretía cada vez más.
No podían descansar.
De nuevo caminaron hasta que, a lo lejos, vieron el color blanco de la nieve.

El peligro había terminado.
Por fin estaban de nuevo en su país.
El frío volvió a cubrir las heridas del deshielo y pronto su cuerpo volvió a tener la misma forma de antes.
A la mañana siguiente los tres muñecos volvieron a verse y, juntos, se dijeron unos a otros.

-Nuestro país es el mejor. Aquí podemos vivir tranquilos sin que nos derrita el sol.
Nunca saldremos de aquí.
Los tres amigos se dieron un fuerte abrazo mientras gritaban llenos de alegría:
¡Nunca saldremos de aquí!
!Nunca saldremos de aquí!
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

viernes, 16 de noviembre de 2007

CUENTO 8 : LOS ABETOS DE NAVIDAD

PRESENTACIÓN

-Abuela, en el colegio estamos haciendo un Belén.

-Y ¿cómo hacéis el Belén?

-Con plastilina y con arcilla y con bolas de papel.

-Yo también, cuando era pequeña, ayudaba en casa a hacer un pequeño Belén.
-¿Y lo hacíais con plastilina y con arcilla y con bolas de papel?

-No.
En casa teníamos unas pequeñas figuritas que cada año guardábamos en un cajón y cuando llegaba la navidad las volvíamos a sacar.
Era muy bonito porque hacíamos montañas y llanuras y un río con papel brillante.

-Y ¿poníais árboles?

-Claro que poníamos árboles. En las montañas y en las laderas.

-Abuela, hoy han preguntado a la señorita cómo se llamaba el árbol de la ficha que estábamos pintando.
- Y, ¿qué dijo la señorita?

-Que se llamaba abeto y que el abeto es el árbol de navidad.
¿Por qué el abeto es el árbol de la navidad?

-No lo se, pero yo te puedo contar lo que un día leí sobre la historia del árbol de navidad, pero es un poco “leyenda” y no es del todo “verdad”.

-Pues cuéntamelo abuela que yo lo quiero saber aunque sea leyenda y no sea del todo verdad.

-Dice la leyenda que hace muchísimos años, en un bosque, habían crecido juntos un pino, un olivo y un abeto.
Cada año el olivo y el pino daban su fruto que era comido por los animales y aprovechado por el hombre.
El abeto estaba muy triste porque su fruto no era mirado por nadie.
Unas estrellas que observaban desde arriba la tristeza por la que tenía que pasar el abeto, cuando llegaba la época del fruto, bajaron y se posaron entre sus ramas.
El abeto se llenó de emoción y alegría al ver que la gente le miraba y todos al pasar quedaban admirados por la luz que daban sus ramas.
Así fueron pasando los años.
Cuando llegaba la época del fruto, las estrellas bajaban de arriba y se posaban sobre el abeto.
Los hombres que durante muchos años habían observado lo que pasaba, un día decidieron utilizarle como
ÁRBOL DE NAVIDAD.
-Abuela, es muy bonita la leyenda, aunque parece verdad verdad.

-Como el cuento que te voy a contar ahora.
Un cuento que me contó mi abuela y que me hace recordar, que tiene un poco de leyenda y otro poco de verdad



Había una vez, comenzó la abuela el cuento, un señor que tenía una pequeña finca.
Hacía mucho tiempo que no la cultivaba.
Cada primavera, cuando en otoño había llovido mucho, parecía un bello arco iris de colores.
Flores silvestres crecían por todas las partes y en los bordes de sus lindes retoñaba un fino césped de hierba.
Un día, visitó el vivero que había cerca de su parcela.
Buscaba árboles bonitos para plantar en su tierra.
Miró por una parte, rebuscó por otra, hasta que vio lo que quería.
En la furgoneta fue transportando los pequeños abetos y, poco a poco les plantó en hilera.
Cada día, al terminar por la tarde su faena, miraba con ilusión lo recto de sus surcos, el parecido de sus abetos y la tierra esponjosa que, a diario, regada con el agua de la acequia.

¡Qué bonita está la tierra con mis árboles en hilera!, dijo el día que acabó de plantar todos los abetos.
Allí crecían las cinco filas de abetos, al amparo de su dueño.
Cada mañana acudía a su parcela.
Los lunes arrancaba las pequeñas hierbas, los martes retocaba los surcos con su rastrillo, los miércoles limpiaba sus hojas de pequeñas telarañas, los jueves, levantando la compuerta, dejaba entrar el agua de la acequia y, con la azada, guiaba el agua, surco por surco, hasta llegar al final de la parcela.
Al terminar cada día su trabajo, se sentaba en el pequeño montículo y contemplaba la frondosidad y la robustez de sus abetos, mientras pensaba:
“Ya puedo poner a la venta la primera fila. Son abetos altos y fuertes. En otoño, estarán muy crecidos los de la segunda y, seguramente la última fila estará a la venta para la Navidad.”
Pasaron unos días y el dueño puso el primer letrero.
De todas las partes fueron llegando los primeros compradores y, entre los abetos, comenzaron a oírse algunos comentarios y la conversación entre los tres más amigos de la parcela: Boni, Filo y Teo.
-A dos de la primera fila, decía Boni, les han llevado para adornar la entrada de la casa de unos señores muy importantes.
-Pues a los primeros de la fila de al lado, comentaba Filo, les han arrancado con un gran cepellón para decorar los laterales del pasillo principal de un parque.
-A mí, dijo Teo, el otro día, unos señores me estuvieron mirando pero después eligieron a mi compañero que era más alto.
-A los tres últimos de nuestra fila, volvió a comentar Boni, los metieron en grandes macetas. Creo que era para decorar las rotondas de una avenida de la ciudad.
La novedad de cada abeto era el momento de ser elegido.
Les gustaba decorar jardines, adornar los largos pasillos de los parques, estar expuestos a la contaminación de las calles principales en rotondas y grandes avenidas pero su pensamiento, eran las fiestas navideñas y su ilusión, desde el primer día que fueron transplantados, era convertirse en árbol de Navidad.
Pero ahora todos eran muy felices en la parcela.
Cada mañana, recibían con alegría al dueño cuando abría la puerta y, con la azadilla en la mano, comenzaba la tarea diaria.
Esperaban con novedad la visita algún comprador que se acercara y, casi todos los días, se preguntaban:
-¿”Seré yo el próximo que sea elegido para adornar el césped de aquel jardín o el centro de aquel parque”?
El tiempo iba pasando y el murmullo en la última hilera era el mismo.
Con un poco de suerte, comentaban entre ellos los tres amigos, llegaremos a Diciembre y el dueño nos pondrá a la venta como árboles de Navidad.
Somos de los últimos pero, si nuestro dueño pone el letrero como todos los años, falta todavía casi un mes.
Así dialogaban entre ellos, con las ganas de que llegara la última semana de Diciembre.
Pero aquel año fue diferente.
El dueño les pilló de sorpresa.
Una mañana, de la primera semana de diciembre, cuando todos esperaban la visita de su dueño, vieron, con sorpresa, que en la mano traía un letrero
Intentaron mirar lo que ponía, pero su brazo lo tapaba.
Al final, levantado en un palo grande y expuesto al público, pudieron leer:”
ABETOS PARA NAVIDAD
La conversación entre los abetos se oyó por toda la finca.

-Hemos tenido suerte, comentó Boni, con cara de satisfacción. Ni el frío, ni la escarcha helarán ya nuestras hojas.

-Dentro de una semana, dijo su amigo Filo, pasaremos a ser el adorno de un salón, la decoración de un pasillo alargado o la mirada de un saloncito modesto.

-Y ocuparemos, afirmó Teo, la esquina más llamativa de la casa o el centro más luminoso de la sala o el rincón más próximo al enchufe eléctrico.
Nos cubrirán de luces intermitentes y adornarán nuestras ramas con bolitas de colores.

-Y arriba, en la punta más alta, nos coronarán con la estrella de Belén, concluyó Boni, mientras miraba la parte más alta de sus amigos.

Era la ilusión de todos los abetos desde que fueron transplantados del vivero.
Por eso el comentario siguió toda la tarde, mientras miraban de vez en cuando a la puerta.
Una visita inesperada podría traer la alegría a la parcela.
La tarde fue pasando y la noche llegó lentamente sin ninguna novedad.
Al día siguiente por la mañana, el letrero se vio iluminado con los rayos del sol y entre los abetos el bullicio comenzó de nuevo.
Al fondo del pasillo el dueño abría la puerta.
En un momento, se miraron mientras veían acercarse a los primeros visitantes.
Durante el día se fueron sucediendo las visitas y al final de la semana sólo quedaban: Boni, Teo y Filo.
Cuando los tres pensaban que el fin de semana lo iban a pasar en la parcela un conductor, que había aparcado a la puerta, hablaba con el dueño.
A distancia, pudieron ver que, el nuevo visitante, les señalaba con la mano mientras se despedía de su dueño y montado en el coche se alejaba.
Los tres amigos se miraron extrañados.
Por unos momentos pensaron que les separaban, pero de nuevo pasaron la noche juntos.
Al día siguiente, antes de que el dueño abriera la finca, un camión había aparcado al lado de la puerta.
Querían ser elegidos pero les costaba separarse.
Ya en el vivero eran amigos y esa amistad había durado el tiempo que llevaban en la parcela.
Boni, el mayor de los tres, quiso hablar a sus compañeros antes de que se abriera la puerta.

-El camión aparcado, dijo dirigiéndose a sus compañeros, es para alguno de nosotros.
Hoy nos separaremos. Pero quiero deciros que seguiré guardando la amistad que de siempre nos hemos tenido.

Filo, un poco emocionado por lo que acababa de oír, sólo supo decir que guardaría para siempre la amistad que hasta ahora habían tenido.

-¿Y si ese camión tan grande, dijo Teo, nos lleva a los tres al mismo sitio?
Boni y Filo se miraron pensando en la pregunta inocente de su amigo más pequeño.
En un momento quedaron en silencio.
Por el pasillo y desde la puerta se oían las palabras de unos obreros que habían salido del camión.
En compañía del dueño se habían acercado a los abetos.

-Caben perfectamente en el camión, dijo uno de los obreros.
No necesitarán mucho cepellón porque el lugar, donde van a estar, ya lo tienen preparado. Nuestro señor necesita los tres para adornar las dependencias de su casa.

Los abetos se miraron llenos de alegría.
Era la mejor elección que podían haber recibido.
Serían “ÁRBOL DE NAVIDAD”.
Estarían los tres juntos y seguirían guardando su amistad.
Por el camino, montados los tres en el camión, Teo, el más joven, preguntó a sus amigos, poniendo cara de inocente.

-¿Y si este camión tan grande nos lleva a los tres al mismo sitio?

Todos rieron la pregunta, con cara de satisfacción, pensando que, los tres juntos, iban a pasar la navidades más felices de su vida.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado



martes, 6 de noviembre de 2007

CUENTO 7: PEDRO "EL BUEN LABRIEGO"

PRESENTACIÓN


- Abuela, ¿cómo se llaman los hombres y las mujeres que escriben los cuentos que tú me cuentas y que comienzan por eso?

- Su nombre es como el tuyo y el mío pero les llamamos ”cuentistas” porque se dedican a escribir cuentos.
- Y yo cuando sea mayor ¿podré escribir cuentos como ellos, que comiencen por eso?

- ¡Claro!
Y te llamarán “cuentista” y los leerán las abuelas para contárselos a sus nietos.

- Y, ¿tú has escrito algún cuento que comience por eso?

- Un día, escribí un cuento que comenzaba por eso. Lo guardo con mucho cariño y ahora todavía lo tengo.

- Pues cuéntame, abuela, tu cuento y así podré decir a mis amigos que mi abuela me ha contado su cuento que también comienza por eso.



Había una vez, comenzó la abuela el cuento, un pueblo de Castilla en el que vivía un señor llamado Pedro, conocido por todos como “el Buen Labriego”.
Era de los más pobres.
Solo tenía una tierra. Pero su esfuerzo, trabajando en ella, había hecho que sus vecinos le pusieran ese nombre.
Cada día madrugaba para cuidarla.
El solo, la araba,
la sembraba,
la limpiaba de pequeñas hierbas y,..
cuando llegaba el verano,
la segaba.
Cada año colocaba, en medio de su tierra, grandes espantapájaros vestidos con su ropa vieja. Ponía en sus brazos pequeños molinos de viento y revestía su cuerpo con tiras de plásticos que se movían con el viento.
Pensaba, el pobre labriego, que todo esto era lo mejor que podía hacer para asustar a las aves, aunque los animales y los pájaros del campo ya le conocían y nunca harían daño a su tierra.

Cuando llegaba el verano y ya veía la espiga dorada, el Buen Labriego, comenzaba la siega.
El fruto ya está maduro, pensaba mientras desgranaba una espiga entre sus manos.
Durante muchos días, la familia del Buen Labriego, se dedicaba recoger la cosecha.
Con una guadaña y siguiendo los surcos del arado, iba cortando los tallos amarillentos del trigo.
Detrás, su mujer recogía la espiga en pequeños haces y formaba con ellos grandes morenas.
A su lado, el más pequeño de sus dos hijos, agotado por el sol y el trabajo, descansaba junto al arroyo, a la sombra de un matorral de juncos.
Las mañanas era calurosas y las tardes eran largas pero había que terminar la siega.
Grandes gotas de sudor cubrían sus frentes mientras iban cortando y recogiendo la espiga de trigo.

Después de unos días, todo estaba terminado.
La alegría y satisfacción de la familia era muy grande.

- Ahora, explicaba el padre a toda su familia,
acarrearemos
la espiga a la era,

la trillaremos,
la aventaremos y...
en grandes sacas de lino, llevaremos el trigo al granero.- Y el pan, ¿cuándo tendremos el pan de trigo?, preguntó el más pequeño.

- Primero tenemos que separar el grano, dijo el padre.

Después lo llevaremos al molino.
El molinero sacará la harina y, poco a poco, iremos haciendo el pan.
Pasaron unos días y el Buen Labriego vio con satisfacción que la cosecha había concluido.

El trigo limpio, metido en las sacas de lino, ya estaba guardado en la panera de su casa.

Esa noche toda la familia durmió tranquila.
Por unos momentos, dejaron de pensar en la fuerte tormenta con granizo que podría romper la espiga o en los fuertes aguaceros que tumbarían los tallos haciendo imposible la siega.
Todo había pasado y el temor había desaparecido.
Antes de acostarse, el Buen Labriego, hizo una visita a la panera.
En aquellas sacas, colocadas en orden, estaba la cosecha de trigo, el trabajo y el sudor de todo el año y... el pan que alimentaría a su familia.

Pero la alegría no duró mucho en la casa del Buen Labriego.

Un día, cuando se levantó y fue a visitar, como siempre, su panera, vio, con asombro, que las sacas tenían un agujero, del que habían salido pequeños montones de trigo.
Por unos momentos quedó sin moverse.
Sólo de su boca salió una exclamación:
- ¡Mí trigo!
Agachado en el suelo fue recogiéndolo con la mano, mientras seguía mirando los agujeros por donde había salido.
En medio del silencio, dos ratoncillos salieron corriendo de uno de los agujeros.
- ¡Ratones!, exclamó, de nuevo, el Buen Labriego.

Quiso correr detrás de ellos pero no pudo hacer nada.
Despacio, fue moviendo cada una de las sacas pero al final se dio cuenta que, de momento, era imposible cazarlos.
Un agujero en la pared era su refugio.
Lentamente bajó la escalera pensando lo que podría hacer para librarse de esos pequeños animales que le estaban comiendo el trigo.
Se lo contó a su mujer y los dos comentaron posibles soluciones:

- Unas ratoneras, dijo el marido, sería una solución.

- También, dijo su mujer, podríamos probar metiendo, por la noche, un gato en la panera.

- O si es necesario, dijo su marido, haremos guardia, los dos, junto a las sacas de trigo. Pero no podemos dejar pasar esta noche sin dar una solución.
- Son malos, dijo en voz baja su mujer.

- ¿Malos?, dijo su marido.
Yo diría que son muy malos.
Conozco muy bien a estos animales
.
Son capaces de destrozar una tierra entera cuando son una familia grande.


- Tienes razón, afirmó su mujer.

EL Buen Labriego se puso mano a la obra.
Colocó varias ratoneras con queso, limpió el suelo de granos de trigo y...
tapó los agujeros de las sacas.

Así, pensó mientras cerraba la puerta de la panera, irán directamente al queso y ¡plas!
Caerán los primeros y del susto ya no volverá ninguno más.

Al día siguiente subió a la panera.
Abrió la puerta y vio, con sorpresa, que allí, estaba todo en orden.
Durante varios días hizo lo mismo y... las ratoneras seguían con su queso, las sacas de trigo con los agujeros tapados, y la duda del buen labriego que, no sabía lo que estaba pasando.
Los ratones han desaparecido, pensó.
Pero no puede ser.
Hay que seguir vigilando.
Dentro del agujero que servía de casa a la familia de ratones, los pequeños animales que habían descubierto las sacas de trigo, corrieron la voz entre sus compañeros.

- Tendremos comida para mucho tiempo, habían comentado entre ellos.

La noticia llegó al padre de los ratones que, al oír el lugar donde habían encontrado la comida, dijo con cara de enfado:

- ¿Cómo?
¡Que habéis entrado en la panera del Buen Labriego!
¡Un pobre labrador que no tiene más que cuatro sacas de trigo para alim
entar a su familia!
Los ratones, asustados, escucharon en silencio las explicaciones.
Con los ojos, mirando fijamente al padre, se arrepintieron de todo lo que habían hecho y, en adelante, prometieron no hacerlo más.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.



- Y ¿el Buen Labriego?, preguntó el nieto.
- El Buen Labriego, contestó la abuela, nunca supo nada de la conversación que habían tenido los ratones con el padre.
Pero sí supo que el trigo de la cosecha no había disminuido y que los ratones habían desaparecido por arte de magia.

domingo, 7 de octubre de 2007

CUENTO 6: LOS ÁRBOLES SOLIDARIOS

PRESENTACIÓN

-Abuela, cuando sea mayor, ¿me acordaré de todos los cuentos que tú ahora me cuentas?

-¡Claro que te acordarás!, porque yo todavía me acuerdo

-Es que son muchos los cuentos que me has contado y todavía me cuentas.

-Sí que son muchos, pero parece que nunca se olvidan, los cuentos que las abuelas nos cuentan.

-Pues cuéntame otro cuento, abuela, de los que parece que nunca se olvidan y que a ti te contaba tu abuela.

-Te voy a contar otro cuento que siempre recordarás como “otro cuento de la abuela de los que empiezan por eso”




Había una vez, comenzó la abuela su cuento, un parque muy grande, en una ciudad llamada Fuentesaúco.
Plantas aromáticas, claveles, margaritas y pensamientos cubrían el suelo.
Rosaledas y arbustos formaban arcos y setos de figuras y, en lo alto, grandes copas de álamos, chopos, acacias y olmos adornaban el parque.
Los pájaros anidaban en sus ramas.
La hormigas trepaban por su tronco y entre su corteza se ocultaban las musarañas.
En el lago redondo nadaban los patos.
En el aire, las mariposas revoloteaban y los niños jugaban entre columpios y toboganes.
La estaciones pasaban cada año por el parque dejando lo bonito de cada una
Inviernos blancos, silenciosos y fríos.
Veranos calurosos y sombreados.
Primaveras llenas de verdor y colorido y otoños cubiertos de hojas multicolores.
De aquí para allá trabajaban los jardineros, manteniendo el parque cuidado y limpio.
Con sus mangueras y cortacésped daban frescura y verdor al parque.
Con sus rastrillos limpiaban la hierba y con la sierra podaban las ramas.
El parque era la alegría de la ciudad de Fuentesaúco.
Desde sus copas, los árboles se divertían y observaban la alegría de los niños entretenidos con sus juegos.
Miraban a los mayores descansar bajo su sombra y, a lo lejos, seguían los pasos de sus amigos los jardineros.
Había llegado el otoño y sus verdes hojas de primavera y verano
comenzaban a cambiar de color.
Poco a poco iban cayendo y, amontonadas, cubrían el suelo.
Un día, el olmo más antiguo del parque, había observado el trabajo que, sus amigos los jardineros, tenían que hacer en la época del otoño.
Durante horas tenían que barrer y barrer para dejar limpios de hojas los paseos y las plazas del parque.
Su preocupación, la hizo llegar al resto de compañeros que lo comentaron entre ellos.
-Es que nosotros, dijeron los chopos, somos ¡tan altos! y tenemos las hojas ¡tan grandes!...

-Tienes razón, dijo el olmo, pero esto no es culpa de uno sólo.
Nosotros, como las acacias, tenemos hojas pequeñas pero, por esto, se meten por todas las partes y son difíciles de recoger.

-Bueno, bueno, insistió el olmo. El caso es que, nuestros amigos los jardineros, tienen que trabajar mucho.
Todos intervenimos en la caída de las hojas y todos debemos colaborar y echar una mano.

-Tienes toda la razón, dijo la acacia, pero ¿cómo podemos colaborar?

-Primero debemos pensarlo y entre todos veremos cómo podremos ayudar.

Esa noche recibieron todos un aviso del olmo veterano.
La nota decía:

“En medio del silencio de la noche y lejos de la vista de los humanos, cada uno sacudirá sus hojas en el mismo lugar”

Por las mañanas, los jardineros, cuando llegaban al parque, quedaban admirados al contemplar el trabajo ya hecho.
Un gran montón de hojas se almacenaba en un lateral del parque
.

-No os extrañéis tanto, comentó Adrian H., el mayor de los jardineros. Ha sido el viento que por la noche ha amontonado todas las hojas.

-Tienes razón, dijo Alberto.
¡Cuántas veces, hemos recogido las hojas amontonadas por los aires fuertes de esta estación!

-Muchas veces, dijo en voz baja David R. que se incorporaba al grupo de jardineros.

-Tenéis razón, intervino Sandro.
Otras veces el aire las ha arrastrado y hasta las ha arremolinado, pero nunca he visto que el aire las pusiera en un solo montón como ahora.
El aire nunca nos ha hecho esto.

El silencio de los jardineros, reunidos aquella mañana, se hacía cada vez más largo.
Por unos momentos habían querido dar la razón al jardinero mayor, pero el razonamiento de su compañero Sandro les había hecho guardar silencio.

-Pues, habrán sido las aves nocturnas que nos han querido ayudar, comentó Alejandro J., mientras reía la gracia que, poco a poco, seguían sus compañeros.

-Yo he leído en un libro, dijo, muy serio, Alejandro M., que el Mago de los Bosques hacía cosas parecidas.

-Pues yo también he leído, dijo Marcos, que, una vez, el Mago de los Bosques reunió a todos los árboles para que el incendio no les quemara.
Y otra vez les dio una sustancia mágica para que pudieran dar más madera en los bosques.

-Entonces, dijo David T, ¿Por qué no puede ser que el Mago de los Bosques, haya reunido todas las hojas en un solo montón?

-Sí, dijo de nuevo Sandro en tono de broma.
Y pueden ser también los duendes o las brujas o los hechiceros o...
-¡Bueno! ¡bueno!.
Dejémonos de bromas y fantasías, dijo Alejandro V. que quería terminar la conversación.
-Hay que vigilar el parque, intervino Alex B.

-Desde mañana, dijo José R., observaremos durante el día y, por la noche, estaremos atentos “a lo que pasa”.

-Mañana vigilaré yo, dijo Adrián G.

-No, dijo Adolfo.
Es una cosa de todos y todos debemos estar atentos.

Esa noche los árboles siguieron su turno.
Uno a uno fueron saliendo, como siempre, para sacudir sus hojas.
Pero un olmo, de los más viejos del parque, se quedó dormido.
Cuando estaba amaneciendo y se dio cuenta que era ya tarde, salió corriendo para sacudir sus hojas.

A lo lejos fue observado por
Álvaro, Miguel y Jorge, los jardineros más madrugadores.

Ocultos entre los arbustos y llenos de admiración por lo que veían, pudieron darse cuenta cómo, el olmo, volvía de sacudir sus hojas y se colocaba silencioso en su sitio.
Cuando sus compañeros fueron llegando, les contaron lo que habían visto.
Pronto la noticia corrió por el parque y los jardineros se juntaron.

- ...Y vimos, comentó Álvaro, cómo el olmo, se sacudía las hojas y corriendo volvía a su sitio.
Jorge, Miguel y yo, nos acercamos a su lado y, al verse descubierto, nos lo contó todo.

Lo hacemos por vosotros, nos dijo. ¡Tenéis tanto trabajo!

Los jardineros se miraban unos a otros, mientras escuchaban emocionados lo que Álvaro les contaba.

Llenos de alegría, los jardineros dieron las gracias a sus amigos.
Invitaron a todo el parque y, juntos, celebraron una fiesta que hoy recordamos como
“Día del Árbol”.
Y colorín colorado este cuento se ha terminado

sábado, 15 de septiembre de 2007

CUENTO 5: EL LIBRO QUE PERDIÓ LAS VOCALES

PRESENTACIÓN

-Abuela, ¿cómo se hace un libro?

-Igual que se hace una casa,contestó la abuela.

-No entiendo, dijo el nieto un poco extrañado. En el libro no hay ladrillos ni hay tejas, ni...

-No hay nada de eso, le cortó la abuela.

-Un libro lo escribe un señor, como el arquitecto dibuja la casa.
Después, se lleva a un lugar llamado imprenta y de allí sale lo que nosotros llamamos libro con unos dibujos bonitos y una letra negra o de colores que en la imprenta han elegido.

-Y las letras del libro ¿están pegadas?

-No, contestó la abuela.
Las letras están hechas con la tinta que tienen las máquinas de la imprenta. No se pueden despegar.

El nieto quedó un poco pensativo.
La conversación con la abuela le había dejado una pequeña duda, pero el cuento de
su profesora había sido muy bonito.

-Hoy, dijo el nieto, después de un rato en silencio, te contaré yo un cuento de los que empiezan por eso.

-Seguro que me gustará, dijo la abuela. Y, si encima comienza por eso...
Cuéntamelo pronto, que tengo ganas ¡de verdad!.



Érase una vez, comenzó el cuento el nieto, un libro llamado SERGIO QUIERE IR AL COLEGIO”










Era pequeño, bonito y regordete.
Vivía en una estantería de madera que había en una de las clases de tercero de Primaria.
Tenía una portada blanca con dibujos de colores muy bonitos.
Era un libro muy amigo de los niños de tercero.
Todos habían mirado muchas veces su bonita portada, sus dibujos de colores y lo habían llevado a sus casas para saber de qué trataba.
Un día cuando el libro dormía muy pegado a la madera de la estantería, las letras vocales fueron despegándose poco a poco y salieron fuera del libro.
Estaban cansadas de estar tanto tiempo pegadas a las páginas y habían decidido salir a conocer otros lugares.
Saltando de un libro a otro, fueron bajando de la estantería hasta llegar al suelo.

Recorrieron, durante un rato, toda la clase, observando los dibujos que tenían las paredes.

La A, que era muy observadora, se quedó un rato mirando el mural del árbol mágico que habían hecho los niños
La E se divertía jugando con el teclado del ordenador
La I, que era la más juguetona, se entretenía colgándose y saltando entre las perchas que había en la clase.
La O, escribía en la pizarra con tizas de colores. La U, sentada en la silla del profesor, descansaba del largo paseo que había dado recorriendo la clase.
Al final, todas decidieron salir a la calle.

- ¡Qué luces más brillantes!, dijo la A señalando la luna y las estrellas.

- ¿Y esos dos colores?, dijo la I, mientras miraba a un lado de la calle.

- Eso lo conocemos muy bien nosotras tres, dijo la O, señalando a la A y a la E.
Es un sEmÁfOrO y sirve para indicar cuándo se puede atravesar la calle.

Durante un rato muy largo caminaron mirando los coches que pasaban, las farolas que iluminaban y las casas donde dormían los niños y niñas de su colegio.
Cuando amanecía, las letras corrieron a esconderse debajo de las piedras de un parque que había cerca de donde estaban.
No querían que, con la luz del día, les pudieran ver andando por la calle.

Ese día, en la biblioteca, el libro de “SERGIO QUIERE IR AL COLEGIO” se despertó muy pronto.
Iba a ser la hora de la entrada de los niños y niñas al colegio y él, como siempre, quería estar preparado.
Cuando llegó la hora de biblioteca, varias niñas se acercaron.
Teresa, fue la primera en cogerle entre sus manos. Pero cuando miró su portada quedó muy extrañada.
- !Le faltan las vocales!, exclamó en voz baja.
Miró a su alrededor y no supo que decir.
Dejó el libro donde le había cogido y se marchó a su mesa extrañada de lo que había visto.

Lucía y Clara hicieron lo mismo, pero no pudieron estar en silencio y se lo contaron a sus amigas.
- Mirad, dijeron las dos a la vez.
Al libro, SERGIO QUIERE IR AL COLEGIO, le faltan las vocales.
- ¿Qué habrá pasado?, dijo Laura M..
- Si existen los magos, contestó Lucía, esta noche el Mago de la Letras ha hecho desaparecer las vocales.
- Y ¿si no existen los magos?, preguntó Claudia.
- Pues una goma mágica ha borrado todas las vocales, dijo Clara.
- ¡Pobre libro!, dijo muy triste Ana.
¡Con lo amigo que éramos de él y la historia tan bonita que tenía!
- Ahora, Sergio no va a poder seguir contando su historia, dijo Laura I., con cara de preocupación.
- ¿Por qué?, preguntó Lucía.
- Porque no se puede leer si le faltan las vocales
- Y nosotras ¿qué podemos hacer?, volvió a preguntar Lucía.
- Nada, contestó Laura M. Dejarle otra vez en su sitio. A lo mejor el Mago de las Letras le devuelve las vocales.

Sara, que había oído la conversación, se levantó de su mesa y cuando le dejaron en la estantería, le cogió y se dio cuenta de lo que había oído.
- ¡Es verdad! ¡Han borrado todas las vocales!, murmuró en voz baja, mientras abría el libro y miraba una por una todas las hojas.
Cuando terminó de verlo, volvió de nuevo a la portada y pasó el dedo sobre las consonantes.
- No se nota nada, pensó.
Todo está muy liso.
No han borrado las vocales, ni tampoco las han arrancado.
Pero ¿qué habrá pasado?, se preguntó.

Extrañada de lo que estaba viendo y, sin saber dar una respuesta, dejó el libro donde estaba y se volvió a su mesa.

La hora de la biblioteca iba terminando y el libro se daba cuenta que algo estaba pasando.
“Los niños, pensaba el libro, se acercan como siempre a la biblioteca, me cogen entre sus manos, miran mi portada, me hojean un poco por dentro y de nuevo me cierran y vuelven a dejarme en mi sitio”.

Intentó colocarse bien en la estantería, procuró estar lo más aseado posible, pero cuando fue a limpiarse unas pequeñas motitas de polvo que tenía, se dio cuenta de lo que pasaba.

- ¡No tengo vocales!, exclamó.
¡Me han robado las vocales!
¡Ya no valgo para nada!.

Por unos momentos se acordó de la visita que los niños le habían hecho durante la mañana y se dio cuenta por qué había notado algo raro.
Unas lágrimas de tristeza le cayeron por su portada. Pero no tardó en darse cuenta que, aunque era muy triste verse sin vocales, él solo tenía que dar una solución.

Esta noche, pensó, saldré en busca de mis vocales.

Cuando la clase se cerró y los niños habían salido del colegio, el libro SERGIO QUIERE IR AL COLEGIO, salió corriendo en busca de sus vocales.
Caminó por la calle, mirando a una parte y a otra, cruzó el semáforo de la esquina del colegio y entró en el parque de la Marina.
Dentro, fue mirando entre los árboles y los arbusto por si veía alguna huella de sus vocales.
Miró uno por uno los asientos del anfiteatro, se subió al tejadillo de la pequeña caseta de los jardineros y, cansado de tanto caminar, se sentó en uno de los bancos del paseo que llevaba al recinto ferial.
Pensando en sus vocales y triste por no poderlas encontrar, se quedó un poco dormido.
El ruido de unos pasos, que caminaban silenciosos, le despertaron.
Abrió los ojos y muy cerca de él vio a sus vocales que, arrepentidas de lo que le habían hecho, volvían de nuevo al colegio.
El libro se escondió detrás del banco.
Quería saber lo que decían.

- Ha sido una experiencia, pero no debemos hacerlo más, comentó la A, mirando a sus compañeras.

-¡Pobre libro!, suspiró la E.

¡Con lo orgulloso que estaba cuando los niños le cogían entre sus manos!

-¡Qué día más malo habrá pasado!, dijo la I, con cara de pena.

-Y la culpa la tenemos nosotras, comentó en voz alta la O.
Démonos prisa antes de que amanezca, para pegarnos cada una en su sitio.
-Mañana va a ser el libro más feliz de la biblioteca, dijo la U, llena de alegría.

Todos los niños le podrán coger entre sus manos, hojearle por dentro y, si quieren, llevarle a su casa.

En medio de este diálogo, el libro salió del banco.
Las vocales se sorprendieron al verle y se quedaron paradas.

- No soy un fantasma, dijo el libro sonriendo.
Soy vuestro amigo que he salido a buscaros y me alegro de encontraros y de haber oído vuestra conversación.

Las vocales, arrepentidas de lo que habían hecho, se echaron en brazos de su amigo el libro prometiéndole que jamás volverían a repetirlo.

-Nosotras tenemos la culpa de lo mal que lo has pasado.

-No, dijo el libro.
Aquí nadie tiene la culpa.

Todos nos necesitamos.
Las consonantes están tristes pero ahora se alegran de volveros a ver.
Siempre hemos sido buenos amigos y lo seguiremos siendo.
Corramos antes de que amanezca.
Tenemos que estar preparados en la biblioteca.

Pegadas al libro, salieron todos juntos hasta el colegio.
Entraron en clase por una ranura de la puerta y de nuevo se colocaron en la estantería.
Allí esperaron la entrada de los niños y la hora de la biblioteca.

Con alegría vieron cómo todos se iban acercando y sin poder explicárselo volvían a ver las vocales en el libro de SERGIO QUIERE IR AL COLEGIO.
-Ya te dije, comentó Laura M. al oído de Lucía, que el Mago de las Letras había robado las vocales pero que un día las devolvería a su sitio.

-Me da lo mismo que sea el Mago de las Letras o la Goma Mágica, dijo Lucía, el caso es que tenemos de nuevo en la biblioteca a nuestro amigo el libro de SERGIO QUIERE IR AL COLEGIO.
Y colorín colorado este cuento ha terminado.

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-Abuela, ¿te ha gustado el cuento?

-Es muy bonito, dijo la abuela a su nieto mientras le besaba y acariciaba su cara.
Pero las vocales eran un poco traviesas, ¿no?

-Bueno, contestó el nieto.
La profesora nos dijo que era mucha imaginación pero que los cuentos son así.

-Y, los nombres de las niñas que aparecen en el cuento, ¿también son imaginación?

-No, contestó el nieto.
Es el nombre verdadero de todas las niñas que había en tercero cuando la profe nos contó el cuento.

-¡Ah!, exclamó la abuela mientras volvía a besarle y acariciar su cara.
Mañana te contaré yo el cuento.
Y será también de los que comienzan por eso


















domingo, 17 de junio de 2007

CUENTO 4: LAS PALOMAS TIENEN UN PLAN

PRESENTACIÓN

- Abuela, hoy me han contado un cuento que no comenzaba por eso.

- Pero, ¿te ha gustado el cuento, aunque no comenzara por eso?

- Sí que me ha gustado. Pero me siguen gustando los tuyos, porque comienzan por eso.

- Abuela, ¿sabes por qué el cuento que me han contado no comenzaba por eso?

- Porque los cuentos no siempre tienen que comenzar por eso.

- No, abuela.
No comenzaba por eso, porque no me lo han contado como tú me cuentas los cuentos.

- Pues ¿cómo te lo han contado?

- Me lo han contado leyendo.

- ¡Ah...!
Pues hoy, te contaré un cuento que comience dos veces por eso.


Érase una vez que se era, comenzó la abuela el cuento, un boticario, que vivía en un pueblo de Castilla.
Desde pequeño, le habían gustado los animales, pero su afición preferida eran las palomas.
En casa había construido un cobertizo donde podían anidar y revolotear encima del tejado.
Pero había pasado mucho tiempo y el espacio quedaba pequeño.
Eran ya muchas las palomas.
Durante muchos días estuvo buscando soluciones.
Pensó en aumentar el cobertizo.
No le parecía mal que anidaran en el tejado de su casa o regalar algunas de las parejas a sus amigos.
Todas eran posibles soluciones, pero solamente una no se le quitaba de la cabeza.
Construiré un palomar, pensó.
Era la ilusión de su vida.
Esa noche, dibujó el palomar que siempre había deseado y habló con
los albañiles.
Estos escucharon sus explicaciones y pronto se pusieron a trabajar.
El boticario visitaba todos los días las obras, opinaba sobre los materiales y daba pequeñas instrucciones sobre lo que iban haciendo.
Poco a poco fueron subiendo las paredes, se pusieron las últimas tejas y, en unos días, pudo verse, desde el pueblo, “el palomar del boticario”.
Sus paredes, de adobe, estaban pintadas de blanco y, su tejado, de color rojo, parecía, a lo lejos, una carpa de feria.
Pequeños huecos alrededor, eran la entrada y salida de las palomas y un alero de madera serviría de cobijo a los gorriones.
En el interior harían sus nidos, incubarían sus huevos y cada año, dos nuevas crías, volarían para formar parejas.

Era su ilusión y el sueño del boticario se había hecho realidad.

Al principio eran sólo un grupo pequeño de palomas pero fueron pasando los años y se fue llenando el palomar.

Cada mañana grandes bandadas volaban sobre los campos.
En verano, revoloteaban sobre las grandes cosechas, picoteando la espiga y, en otoño, escarbando la tierra, buscaban el grano sembrado en la sementera.

Muy cerca del palomar vivía el guarda de aquellas tierras.
Vigilaba que los pastores, con sus ovejas, respetaran los sembrados, que las personas, en verano, no cazaran atravesando las cosechas y, cuando le necesitaban, ayudaba a los labradores que se lo pedían.

Un día los labradores de aquellas tierras se reunieron.
Querían hablar del palomar.
Hacía mucho que venían observando que las bandadas de palomas perjudicaban sus campos.
- Tendremos que hablar con Jenaro, dijo uno de los labradores.
Él es un buen cazador y podrá dar solución a nuestro problema.


- ¿Hablar con un cazador?
Creo que habrá otras soluciones, intervino Lucio un poco asustado.


- Nadie ha hablado de matar.

- Creo que debemos hablar primero con el boticario, dijo el labrador más joven.
El palomar es de él.


- También podríamos hablar con el guarda.
Vive cerca del palomar y seguro que nos puede echar una mano.

El guarda escuchó a los labradores y esa noche pensó lo que podría hacer.
Por la mañana subió al desván, cogió ropa vieja, la rellenó de paja y formó tres espantapájaros
Al día siguiente madrugó y, antes que las palomas salieran en bandada, colocó los espantapájaros.

Oculto entre pequeños arbustos esperó el resultado. En el tejado, una paloma observó los movimientos y rápidamente avisó a sus compañeras.
- El guarda nos quiere engañar, les dijo.
Os aviso que no son hombres, son espantapájaros.

Las palomas salieron en bandada, revolotearon un poco encima de los muñecos de trapo y bajaron a comer los granos de trigo.


El guarda, asombrado de lo que veía, salió corriendo de su escondite, mientras las palomas levantaban el vuelo hacia el palomar.
- Estas palomas no tienen miedo de nada, pensó.
Mañana, pondré la red y cuando vean que pueden caer en ella, no picotearán las espigas.

Una nueva vigilante observó cómo estiraba la red sobre la tierra y avisó a sus compañeras.
Como siempre, las palomas, salieron en bandada pero ahora en dirección contraria.


El guarda abrió los ojos sin querer creer lo que veía.
- ¿Por qué no vienen a la tierra de todos los días?, se preguntaba.
Yo no puedo hacer nada, pensó desilusionado.
Hablaré con los labradores y ellos verán lo que hacen.

Por la noche, los labradores tuvieron una nueva reunión.
Todos estaban de acuerdo que no debían llamar a Jenaro el cazador. Pero también estaban de acuerdo que el guarda lo había intentado todo.

- Nos queda una solución, dijo el labrador más joven.
Hablaremos con el boticario. Le expondremos nuestro problema y seguro que nos dará una solución.

El boticario, como dueño del palomar, no quería hablar de cazadores pero comprendía que sus palomas eran un problema para aquellos pobres hombres.
- No os preocupéis, les dijo.
Todos los días, las llevaré un saquito de trigo para que puedan alimentarse y llenaré su pequeño estanque de agua.
En los agujeros de salida pondré una red y el problema estará solucionado.

Todos los labradores aplaudieron la decisión del boticario.

Al día siguiente, los albañiles, que habían construido el palomar, se encargaron de poner las redes en los huecos de salida y el boticario, en sus paseos de la tarde, echaba en los comederos del palomar los granos de trigo que llevaba en un saquito.

La tranquilidad había llegado a los labradores. Pero la intranquilidad había entrado en el palomar
- Así no podemos seguir, comentó la más joven de las palomas. Nuestro dueño nos alimenta, pero nosotras necesitamos aire

- A todas nos gusta beber en el agua corriente del arroyo.

- Nuestras alas necesitan movimiento, dijo otra de las palomas, y, así, nuestras crías no pueden aprender a volar.
La paloma más veterana revoloteó hasta lo alto de una de las vigas del palomar, mientras pedía silencio.
- Hay que hablar de una en una, dijo.

- Yo tengo un plan, comentó la más lista de las palomas.

Todas miraron, sorprendidas, hacia uno de los rincones del palomar.
“La intelectual”, como la llamaban todas, había hablado.

- Los labradores, dijo, han recogido casi toda la mies. Pero en sus tierras quedan muchas espigas y granos sueltos. Debemos trabajar como las hormigas.
Todos estaremos contentos y en invierno no nos preocupará ni el frío ni la nieve.

Esa noche salieron, en pequeños grupos, por el único hueco que no había tapado la red.
Tierra por tierra fueron cogiendo las espigas sueltas que habían quedado después de la siega y en vuelo rápido volvían al palomar.
En el interior las iban dejando hasta formar grandes montones.
Una de las tardes en la que el boticario aprovechaba su paseo para visitar el palomar llevó una gran sorpresa.
En las vigas más altas le esperaban las palomas silenciosas, observando la cara de satisfacción que ponía su dueño mientras miraba los montones de espigas.
El boticario quedó quieto en la puerta asombrado con lo que veía.
Miró hacia arriba del palomar y rápidamente se dio cuenta de lo que querían decirle con aquel silencio.

Lleno de alegría salió corriendo a decírselo a los labradores para que vieran lo que habían hecho las palomas.

Todos juntos volvieron al palomar para quitar la red.
Las palomas no volverían a picotear sus espigas ni escarbarían el grano sembrado en la sementera.


Al día siguiente amaneció alegre para todos.
Las palomas de nuevo salieron en bandadas a revolotear en el aire, a beber en el agua corriente y a recoger los granos sueltos que habían quedado después de la siega.
Los labradores dejaron de sentir el miedo de todos los años y el boticario volvió a sentirse orgulloso de su palomar.

Y colorín colorado este cuento ha terminado.