domingo, 20 de mayo de 2007

CUENTO 2 : "S.O.S" EN EL PLANETA TIERRA

PRESENTACIÓN

- Abuela, ¿cómo eran los cuentos cuando tú eras pequeña?

- Los cuentos siempre han sido cuentos. Los que yo ahora te cuento y los que a mí me contaba mi abuela.

- Y, ¿a tu abuela también le contaban cuentos, como los que tú me cuentas?

- ¡Claro! A mi abuela y a su abuela.
A todas nos han contado cuentos como los que a ti tanto te gusta que te cuente la abuela.

- Y, ¿también comenzaban por eso los cuentos de tu abuela?

- Comenzaban también por eso, como ahora comienzan.

- Pues, cuéntame un cuento de los que tu recuerdas que contaban a tu abuela.

- Te contaré un cuento, que me contó mi abuela y que también me dijo se lo había contado su abuela.

- ¡Qué bien! Me vas a contar un cuento de las tres abuelas

Había una vez, hace muchísimos años, comenzó la abuela el cuento, un planeta llamado Tierra.
Estaba formado de inmensas extensiones de tierra fértil, océanos y mares ricos en peces y ligeras capas de aire que formaba la atmósfera.
Su fauna abundante y su flora variada adornaban cada una de las estaciones solares, dando brillo y creando un bonito paisaje.
Altas montañas decoradas de bosques frondosos.
Largos y desiertos cubiertos de dunas y salpicados de oasis.
Laderas y valles. Llanuras y mesetas.
Estepas, tundras, praderas y sabanas... era todo un conjunto del relieve armonioso que tenía la Tierra.
Sus agua fluviales transcurrían cristalinas.
Sus mares y océanos, azulados, cubrían las tierras continentales y sus capas de atmósfera, adornadas con nubes blanquecinas, dejaban entrever, con gran nitidez, los espacios aéreos.

Grandes flotas de barcos y aviones, surcaban los mares y sobrevolaban sus espacios siderales.

El hombre habitaba en este Planeta Tierra.

En él había nacido, había crecido y se había desarrollado.
De sus campos se alimentaba, con sus aguas supervivía y del subsuelo de los bosques, de los océanos y desiertos, sacaba la materia prima con la que construía nuevos productos y materiales.

De norte a sur y de este a oeste fue poblando el Planeta Tierra.

Construyó casas, edificó ciudades y creó espacios habitados, donde fue dejando su cultura, sus costumbres y sus formas.

Un día, siguió contando la abuela, después de miles de años de habitar la Tierra, el hombre comenzó a viajar por los espacios aéreos conocidos.

Construyó naves espaciales y, poco a poco, fue descubriendo nuevos planetas.

Primero fueron viajes experimentales, más tarde de ensayo y observación y, finalmente, fueron convirtiéndose en viajes de recreo y estancias permanentes.

Las riquezas descubiertas en el Planeta Marte, el rico subsuelo del Planeta Venus y la exuberante vegetación del planeta Júpiter le hicieron ver ante sus ojos, unos lugares novedosos y propicios para su desarrollo económico y turístico.

Personas aisladas y familias completas fueron asentándose en el espacio exterior, haciendo que la Tierra, finalmente, quedara deshabitada.

Las ciudades dejaron de existir y en los nuevos planetas se construyeron ciudades aéreas, comunicadas con naves espaciales, controladas con rayos láser y dirigidas por radars ultrasónicos.

Los habitantes de la Tierra habían dejado, definitivamente, su Planeta y se habían instalado en distintos lugares de los espacios extraterrestres.

Los barcos, los aviones, los coches, las bicicletas y las motos pasaron a ser el recuerdo guardado en preciosos museos.

Las ciudades con sus calles, sus aceras, sus cruces y semáforos pasaron a ser, también, otros recuerdos guardados en fotos, murales, videos y ordenadores.


Rodeada de Cúmulos, habitaba la familia de los Meyers.

Originarios de la parte occidental de la Tierra se había instalado en el Planeta Venus y a su alrededor habían creado cientos de agencias con el ánimo de fomentar los viajes por distintos lugares del espacio.

Emparentados con los Meyers, vivían, muy próximos a ellos, los Royers.
Su trabajo, basado en el estudio de la velocidad, les había llevado a la creación de una gran cadena de laboratorios de electro dinámica, pasando posteriormente al diseño y futura realización de naves espaciales.

En medio de Nimbos se había aposentado la familia Kalotu.
Sus antecesores eran originarios de la zona más oriental del planeta Tierra.
Por sus experimentos sobre las partículas más diminutas de la estratosfera, eran señalados con el sobrenombre de Dimikalotus.

También era muy conocida la familia Ninfo.
Vivían en los alrededores de unos Cirros que se movían, con facilidad, al vaivén de los vientos.
Su afán por el estudio de la mitología les había llevado a instalarse en medio del espacio, rodeados de la más avanzada tecnología donde controlaba, con gran facilidad, y en un solo punto, todo el espacio terrestre, aéreo y acuático del lejano Planeta Tierra.

Cada mañana, y al final de la tarde, cuando la última estrella dejaba de dar luz a su alrededor, la familia Ninfo se agolpaba en torno a sus telescopios para mirar y observar en el lejano Planeta Tierra, las grandes superficies de bosques, las planicies desérticas y las inmensas extensiones de océanos, mares y ríos.
Eran los momentos más adecuados, decía el padre de familia, para lo observación y el trabajo en la mitología.

Las ninfas, diosas de la fecundidad, salían de los bosques y caminaban entre las montañas y los valles.

Las sirenas y las nereidas asomaban sus cuerpos en medio de los acantilados y las oceánides y crisálidas paseaban y se divertían en las horas crepusculares.

En medio de estas observaciones del Planeta Tierra, la familia Ninfo, pudo ver cómo el dios de los dioses se reunía en medio de los océanos del Planeta Tierra.

Con él estaban el dios de los bosques.
El dios de la atmósfera.
El dios de las aguas.
El dios de los desiertos y el dios de los alturas.

- ¡Silencio! dijo el padre dirigiéndose a sus hijos e indicando el lugar donde tenían que poner su telescopio.
¡Escuchad!.
Los dioses están reunidos.
El tema debe ser muy importante porque son muchos los que han acudido.
¡Fijaos!. Están en asamblea.

- Y eso, ¿qué quiere decir?, preguntó el más pequeño de la familia.

- Quiere decir que todos van a poder opinar. El dios de los dioses, explicó el padre, escuchará a todos y al final se buscará una solución.

- Pero ¿de qué tema van hablar? preguntó el hijo mayor.

-¡Silencio!, volvió a decir el padre.
Si escuchamos, quizá podremos seguir su conversación.

-Nuestra vida, comenzó hablando el dios de los bosque no ha cambiado para nada.

-Hace mucho que el hombre no habita con nosotros.
Ya no tala árboles, ni quema nuestros bosques, pero cada día llueve sobre nosotros partículas diminutas que asfixian nuestros pulmones.
-Es verdad, intervino el dios de la aguas. En un principio la ausencia del hombre llenó de alegría a toda la superficie y profundidades de nuestras aguas. Pero ha durado muy poco. Las corrientes internas de las aguas marinas, las olas de su superficie y los grandes manantiales de los ríos se van muriendo poco a poco.
Unas ondas magnéticas paralizan nuestros movimientos.
Cuando el hombre vivía con nosotros existía de vez en cuando lo que ellos llamaban catástrofes.
Grandes terremotos y veloces tornados destruyeron más de una ciudad dejando, a su paso la desolación.
¿Habéis oído en todo este tiempo que haya habido alguna catástrofe?
No.
Todo parece tranquilo.

-¡Parece!, le cortó el dios del desierto.
-Pero no es así, siguió su intervención el dios de las aguas.
La apariencia es externa, pero poco a poco nuestras aguas están más contaminadas.
-Y nuestro bosque va muriéndose. -Y nuestras tierras empobreciéndose.
-¡Bueno, bueno!, intervino el dios de los dioses.
He oído vuestra exposición y he comprendido vuestro problema.

-Pero, hay que dar una solución, si no queremos desaparecer, insistió el dios del desierto.

-Daremos una solución, concluyó el dios de los dioses, mientras daba por terminada la reunión.

-Pero ¿qué piensas hacer?, preguntó preocupado el dios de los bosques.

El dios de los dioses no respondió.
Durante un momento estuvo pensativo.
Su cabeza baja hizo guardar silencio a todos los asistentes mientras esperaban la respuesta.

-Comunicaré, dijo el dios de los dioses, vuestras quejas al padre de los Ninfos.
En sueños le haré ver la realidad de nuestro problema. Nadie mejor que él, podrá comprender nuestra situación.

La familia de los Ninfo vio cómo la asamblea terminaba y los dioses se despedían. Sin embargo interferencias en la audición habían impedido seguir el comentario de los dioses.

De las palabras y frases entrecortadas que les había llegado, toda la familia sabía que entre los dioses del Planeta Tierra había un problema.

-Hay un problema en la Tierra, dijo uno de los hijos de la familia, pero no sabemos muy bien cual es.
Las expresiones y los gestos de los dioses reflejaban claramente su preocupación y a la vez su enfado.

-Claro que hay un problema, reafirmó el padre y debemos seguir observando.

Los dioses han hablado de tierra empobrecida y aguas contaminadas.

Mañana, a la hora del crepúsculo, como siempre, seguiremos observando, repitió el padre, mientras recogió su telescopio.

Esa noche, siguió contando la abuela, el padre de los Ninfos se acostó pensativo y preocupado. Tardó mucho en dormirse, pero al final rendido por el trabajo cayó en un sueño profundo que duró muy poco.
Pronto se interpuso entre su mente y el sueño la imagen del dios de los dioses.
En sus manos sostenía una cortina de humo en la que se podían ver, en medio de una nebulosa, imágenes de bosques empobrecidos, aguas contaminadas y a lo lejos, murmullos silenciosos y quejidos lastimeros.
El padre de los Ninfos quedó asombrado ante lo que veía.
En sueños se restregaba los ojos. Quería ver con claridad las imágenes pero un humo espeso se lo impedía.
En un momento del sueño, cuando el dios de los dioses pronunció su nombre, el padre de los Ninfos dio un grito y se despertó.

- Me han llamado, pensó.
De nuevo se restregó los ojos, pero no vio nada.
Sentado en la cama, recordó lo que habían oído en la asamblea el día anterior mientras miraba a su alrededor.

- ¡Qué pesadilla! susurró.

Ha sido un sueño, volvió a pensar, pero el dios de los dioses me lo ha dicho muy claro.
Por la mañana, el padre, reunió a todos sus hijos.
Estaba nervioso y preocupado.
Su familia tenía que saberlo.

-El Planeta Tierra está en peligro, dijo cuando vio a todos reunidos.

He tenido un sueño en el que el dios de los dioses me ha mostrado todo:
Grandes extensiones de bosques desgastados por partículas contaminantes.
Aguas en las que van desapareciendo la vida y atmósfera envuelta en una densa capa de gases que asfixia a toda la fauna y flora.
Es nuestro antiguo planeta y no podemos permitir que se deteriore.

La familia escuchó con atención las explicaciones del padre.
Nadie se atrevió a preguntar. Tampoco quiso cortar su explicación. Por esto, cuando terminó, todos guardaron silencio.

La abuela, también guardó silencio cuando llegó este momento.
Miró con alegría cómo su nieto le seguía con atención, mientras de su boca salía una sonrisa de satisfacción.

-¿Por qué te sonríes?, preguntó el nieto.

-Me sonrío, dijo la abuela, porque no quiero que estés triste por el problema del Planeta Tierra. El cuento tiene un final feliz.

- ¿Cómo termina el cuento? volvió a preguntar el nieto

El padre de los Ninfos, resumió la abuela el cuento, reunió a todas las familias de los otros planetas.
Juntos, decidieron que la familia Kalotus construyera en su laboratorio una gran red neutronal.
Con ella cubrieron todo el Planeta Tierra, no permitiendo que los gases ni las partículas exteriores pudieran perjudicar su vida. - Y los dioses ¿qué hicieron?

- Primero, dijo la abuela, agradecieron a las familias de los otros planetas todo lo que habían hecho por ellos y después celebraron una fiesta.

Desde arriba, fueron observados por las familias de los Ninfos, de los Meyers, de los Royers y de los Kalotus y todos juntos se felicitaron, con alegría, al ver que, en el Planeta Tierra, las ninfas jugaban y divertían en los bosques, las sirenas, las nereidas y las oceánides chapoteaban en las aguas de los océanos y los dioses, mirando la gran red, saludaban a sus amigos de otros Planetas.

Y...dijo la abuela mirando a su nieto, colorín colorado este cuento, se ha acabado.

martes, 8 de mayo de 2007

CUENTO 1: GUSTAVO "EL JOVEN COMPOSITOR"

PRESENTACIÓN


-Cuéntame un cuento, abuela, que comience por eso.

-Dime, ¿qué quieres decir cuando dices que te cuente un cuento que comience por eso?

-Pues que comience por las mismas palabras por las que tú me cuentas los cuentos.

-Con
había una vez y érase una vez”, comienzo yo los cuentos.

-Con esas palabras quiero decir, cuando te digo, que me cuentes un cuento que comience por eso.

-Yo te contaré un cuento, pero también quiero saber de qué quieres que te cuente el cuento que comience por eso.
-Cuéntamelo de lo que quieras.
A mí me gustan los cuentos.

Si es así, te contaré uno muy bonito que comienza por eso.


Érase una vez, comenzó la abuela el cuento, un joven compositor muy famoso llamado Gustavo.

Su deseo de
paz y tranquilidad, le habían llevado a retirarse, en medio de un bosque, separado del bullicio de le gente.
Mojando su pluma en el tintero, sacaba las notas musicales y, con su trazo de artista, las iba dibujando, en pentagramas, hasta dar forma a su obra.



Durante el día, ensayaba en su piano y, en el silencio de la noche componía pequeñas y grandes partituras.
Para Gustavo, las notas musicales eran como siete reinas magas, nacidas en un bosque encantado, con las que, haciendo juegos, se entretenía.
Subía y bajaba de línea a unas o colocaba seguidas a tres.
Si trabajaba entre dos líneas, dibujaba siempre RE o DO y si era sólo una línea, escogía a MI, SOL y SI.
Junto a las notas, había otros signos que, Gustavo, también escribía.
Eran, según él, otros magos, familiares de las siete reinas magas, que siempre les acompañaban

Bemol, era el más altanero.
Le agradaban los tonos altos y, cuando se juntaba a las notas, las obligaba a dar un salto.

Sostenido, era más bien reservado.

Cuando acompañaba a las notas, bajaba siempre su voz.

Becuadro. Ni retraído, ni altanero.

Era, de los tres primos, el que guardaba el término medio.

Calderón, era un primo lejano que participaba en la función y mantenía fija la nota cuando quería el compositor.

Puntillo, era un poco perezoso y remolón.

Siempre que aparecía daba a todas las notas un poco de animación.

Dos Puntillos, eran los primos gemelos que estaban siempre al final.

Cuando ellos aparecían, había que comenzar.

Con ellos también jugaba Gustavo en el pentagrama.

Subía el tono a SOL o se lo bajaba a RE.
Mantenía el sonido a LA o se lo mandaba repetir a MI.

A diario salía a dar un paseo por el bosque.
En medio del silencio, escuchaba el canto de las aves y el sonido del resto de los animales.
Tomaba apuntes y, en casa, utilizaba las notas musicales para reproducirlo.



Gustavo era feliz con su trabajo.
Una pluma, un tintero y muchos pentagramas hacían la vida alegre al compositor del bosque.

Una noche, en la que el famoso compositor no se quedó a trabajar, todas las notas musicales y sus ayudantes salieron del tintero.


Corretearon por la mesa, se sentaron en el sofá, saltaron por la alfombra y al final jugueteando, salpicaron su
s nombres sobre todo el pentagrama.

A la mañana siguiente, cuando Gustavo se sentó en la mesa, llevó una gran sorpresa.
Los pentagramas, que él había dejado la noche anterior, estaban llenos de notas y signos musicales.

Algún mago, pensó el joven compositor, ha entrado por la noche y ha escrito toda esta partitura.

Corrió al piano, se sentó en el butacón rojo y comenzó a pasar las manos por el teclado, siguiendo los pentagramas.
- ¡Es maravilloso!, dijo en voz alta Gustavo.

Emocionado siguió hasta el final de la partitura y, al terminar, miró a su alrededor.
No había nadie, pero en su interior siguió pensando en un mago o un duende que, por la noche, había entrado en su casa.

Aquella mañana, en su paseo por el bosque, no se paró a escuchar los trinos de las aves, ni los sonidos de los animales.
Buscaba al duende que había escrito aquella obra maravillosa sobre los pentagramas de su mesa.
Miraba detenidamente las copas de los árboles, se fijaba en cada una de sus ramas y de vez en cuando, parado, rebuscaba entre los troncos de olmos o en la corteza de los alcornoques.
Pero no había nadie.
Cuando llegó casa, volvió a ver aquella composición maravillosa.

-Los duendes, pensó Gustavo, trabajan por la noche. Hoy me quedaré vigilando.

Sentado en el sillón de su habitación, miraba a una parte y otra esperando que un ruido le llevara a ver al mago de las notas musicales.
Pero estaba cansado.
Había paseado mucho buscando al duende compositor y pasadas unas horas quedó dormido encima de la mesa.

Las notas que se dieron cuenta volvieron a salir del tintero.
De nuevo corretearon por la mesa salpicando sobre los pentagramas sus dibujos de tinta negra.

Poco antes de amanecer, una de las notas, dijo a sus compañeras que debían retirarse.
Podía despertar Gustavo y darse cuenta de lo que estaban haciendo.
Nadie hizo caso.
Los momentos alegres que estaban pasando no querían que se terminaran.
- ¿Por qué no jugamos al “salto y digo”?, dijo la nota RE.

(Cada nota tenía que decir una frase, mientras saltaba a la cuerda sobre los pentagramas).

- Yo soy la letra de los DOnes y de las DOñas.
- Y yo la nota más REsponsable
- Yo soy la letra más MImosa
- Y yo la letra más FAmiliar
- Pues yo soy la letra del astro SOL.

Poco a poco fueron pasando todas.
Cuando el juego había terminado los DOS PUNTILLOS se colocaron al final del pentagrama y todas volvieron a repetir el juego,
Pero no les dio tiempo.
Gustavo había despertado.
Se puso las gafas y no podía creer lo que veía.

- ¡Mis reinas magas y los magos acompañantes!, dijo lleno de asombro.

Despierto, siguió recostado en el sillón, mientras veía cómo las notas musicales corrían a esconderse en el tintero.

No se ha dado cuenta, comentaron todas, dentro del tintero.

Después de lo que había visto, Gustavo ya no tenía dudas.
El duende compositor no estaba en el bosque.
Eran las siete reinas magas y sus ayudantes las que componían por la noche.

En adelante, decidió hacerse el dormido.

Recostado en el sillón se entretenía viendo cómo sus amigas se divertían alegremente y, por las mañanas, ensayaba las partituras que las notas musicales habían trabajado por la noche.

Las partituras de Gustavo se hicieron famosas y su nombre fue reconocido por todos los músicos de alrededor.
De todas las partes le llegaban encargos.

Un día recibió el premio “a la obra más abundante”.

En medio de aplausos y alabanzas fue felicitado por todos los participantes.
Cuando llegó casa, colocó el diploma que le habían entregado, junto al tintero.
Una nota a su lado decía; “Para mis amigas las siete reinas magas y sus acompañantes”.

Quería que, cuando salieran por la noche, se dieran cuenta que aquel diploma era también su premio.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.