domingo, 7 de octubre de 2007

CUENTO 6: LOS ÁRBOLES SOLIDARIOS

PRESENTACIÓN

-Abuela, cuando sea mayor, ¿me acordaré de todos los cuentos que tú ahora me cuentas?

-¡Claro que te acordarás!, porque yo todavía me acuerdo

-Es que son muchos los cuentos que me has contado y todavía me cuentas.

-Sí que son muchos, pero parece que nunca se olvidan, los cuentos que las abuelas nos cuentan.

-Pues cuéntame otro cuento, abuela, de los que parece que nunca se olvidan y que a ti te contaba tu abuela.

-Te voy a contar otro cuento que siempre recordarás como “otro cuento de la abuela de los que empiezan por eso”




Había una vez, comenzó la abuela su cuento, un parque muy grande, en una ciudad llamada Fuentesaúco.
Plantas aromáticas, claveles, margaritas y pensamientos cubrían el suelo.
Rosaledas y arbustos formaban arcos y setos de figuras y, en lo alto, grandes copas de álamos, chopos, acacias y olmos adornaban el parque.
Los pájaros anidaban en sus ramas.
La hormigas trepaban por su tronco y entre su corteza se ocultaban las musarañas.
En el lago redondo nadaban los patos.
En el aire, las mariposas revoloteaban y los niños jugaban entre columpios y toboganes.
La estaciones pasaban cada año por el parque dejando lo bonito de cada una
Inviernos blancos, silenciosos y fríos.
Veranos calurosos y sombreados.
Primaveras llenas de verdor y colorido y otoños cubiertos de hojas multicolores.
De aquí para allá trabajaban los jardineros, manteniendo el parque cuidado y limpio.
Con sus mangueras y cortacésped daban frescura y verdor al parque.
Con sus rastrillos limpiaban la hierba y con la sierra podaban las ramas.
El parque era la alegría de la ciudad de Fuentesaúco.
Desde sus copas, los árboles se divertían y observaban la alegría de los niños entretenidos con sus juegos.
Miraban a los mayores descansar bajo su sombra y, a lo lejos, seguían los pasos de sus amigos los jardineros.
Había llegado el otoño y sus verdes hojas de primavera y verano
comenzaban a cambiar de color.
Poco a poco iban cayendo y, amontonadas, cubrían el suelo.
Un día, el olmo más antiguo del parque, había observado el trabajo que, sus amigos los jardineros, tenían que hacer en la época del otoño.
Durante horas tenían que barrer y barrer para dejar limpios de hojas los paseos y las plazas del parque.
Su preocupación, la hizo llegar al resto de compañeros que lo comentaron entre ellos.
-Es que nosotros, dijeron los chopos, somos ¡tan altos! y tenemos las hojas ¡tan grandes!...

-Tienes razón, dijo el olmo, pero esto no es culpa de uno sólo.
Nosotros, como las acacias, tenemos hojas pequeñas pero, por esto, se meten por todas las partes y son difíciles de recoger.

-Bueno, bueno, insistió el olmo. El caso es que, nuestros amigos los jardineros, tienen que trabajar mucho.
Todos intervenimos en la caída de las hojas y todos debemos colaborar y echar una mano.

-Tienes toda la razón, dijo la acacia, pero ¿cómo podemos colaborar?

-Primero debemos pensarlo y entre todos veremos cómo podremos ayudar.

Esa noche recibieron todos un aviso del olmo veterano.
La nota decía:

“En medio del silencio de la noche y lejos de la vista de los humanos, cada uno sacudirá sus hojas en el mismo lugar”

Por las mañanas, los jardineros, cuando llegaban al parque, quedaban admirados al contemplar el trabajo ya hecho.
Un gran montón de hojas se almacenaba en un lateral del parque
.

-No os extrañéis tanto, comentó Adrian H., el mayor de los jardineros. Ha sido el viento que por la noche ha amontonado todas las hojas.

-Tienes razón, dijo Alberto.
¡Cuántas veces, hemos recogido las hojas amontonadas por los aires fuertes de esta estación!

-Muchas veces, dijo en voz baja David R. que se incorporaba al grupo de jardineros.

-Tenéis razón, intervino Sandro.
Otras veces el aire las ha arrastrado y hasta las ha arremolinado, pero nunca he visto que el aire las pusiera en un solo montón como ahora.
El aire nunca nos ha hecho esto.

El silencio de los jardineros, reunidos aquella mañana, se hacía cada vez más largo.
Por unos momentos habían querido dar la razón al jardinero mayor, pero el razonamiento de su compañero Sandro les había hecho guardar silencio.

-Pues, habrán sido las aves nocturnas que nos han querido ayudar, comentó Alejandro J., mientras reía la gracia que, poco a poco, seguían sus compañeros.

-Yo he leído en un libro, dijo, muy serio, Alejandro M., que el Mago de los Bosques hacía cosas parecidas.

-Pues yo también he leído, dijo Marcos, que, una vez, el Mago de los Bosques reunió a todos los árboles para que el incendio no les quemara.
Y otra vez les dio una sustancia mágica para que pudieran dar más madera en los bosques.

-Entonces, dijo David T, ¿Por qué no puede ser que el Mago de los Bosques, haya reunido todas las hojas en un solo montón?

-Sí, dijo de nuevo Sandro en tono de broma.
Y pueden ser también los duendes o las brujas o los hechiceros o...
-¡Bueno! ¡bueno!.
Dejémonos de bromas y fantasías, dijo Alejandro V. que quería terminar la conversación.
-Hay que vigilar el parque, intervino Alex B.

-Desde mañana, dijo José R., observaremos durante el día y, por la noche, estaremos atentos “a lo que pasa”.

-Mañana vigilaré yo, dijo Adrián G.

-No, dijo Adolfo.
Es una cosa de todos y todos debemos estar atentos.

Esa noche los árboles siguieron su turno.
Uno a uno fueron saliendo, como siempre, para sacudir sus hojas.
Pero un olmo, de los más viejos del parque, se quedó dormido.
Cuando estaba amaneciendo y se dio cuenta que era ya tarde, salió corriendo para sacudir sus hojas.

A lo lejos fue observado por
Álvaro, Miguel y Jorge, los jardineros más madrugadores.

Ocultos entre los arbustos y llenos de admiración por lo que veían, pudieron darse cuenta cómo, el olmo, volvía de sacudir sus hojas y se colocaba silencioso en su sitio.
Cuando sus compañeros fueron llegando, les contaron lo que habían visto.
Pronto la noticia corrió por el parque y los jardineros se juntaron.

- ...Y vimos, comentó Álvaro, cómo el olmo, se sacudía las hojas y corriendo volvía a su sitio.
Jorge, Miguel y yo, nos acercamos a su lado y, al verse descubierto, nos lo contó todo.

Lo hacemos por vosotros, nos dijo. ¡Tenéis tanto trabajo!

Los jardineros se miraban unos a otros, mientras escuchaban emocionados lo que Álvaro les contaba.

Llenos de alegría, los jardineros dieron las gracias a sus amigos.
Invitaron a todo el parque y, juntos, celebraron una fiesta que hoy recordamos como
“Día del Árbol”.
Y colorín colorado este cuento se ha terminado