martes, 10 de junio de 2008

CUENTO 15 LA CIUDAD DE LA MÚSICA

PRESENTACIÓN

-Abuela, ¿por qué todos los cuentos que tú me cuentas, terminan por colorín colorado?

- Porque todos los cuentos que yo recuerdo siempre han terminado por colorín colorado.

- Pero, ¿qué quiere decir colorín, colorado.

- Colorín, colorado sólo quiere decir que el cuento ha terminado

- Y si no termina así, por colorín, colorado ¿es que el cuento no ha terminado?

- Hay cuentos que son cuentos que no terminan por colorín colorado, pero cuando te cuenten un cuento y oigas colorín colorado, piensa, y siempre acertarás, que el cuento ha terminado

- Y, ¿por qué todos los cuentos que tú cuentas terminan por colorín colorado?

- Porque así los aprendí de mi abuela y siempre los he contado.

- Entonces, los cuentos que tú me cuentas y yo, cuando sea mayor cuente, comenzarán “por eso” y terminarán por colorín colorado.

- Eso depende de quien cuente los cuentos.

A mi, me gustan así y a ti, depende de la forma que quieras contarlos.

- Yo te lo digo ahora.

Contaré los cuentos como tú me los has contado. Comenzando siempre por eso y terminando por colorín colorado.

- Pues yo te contaré ahora, otro cuento de los que comienzan por eso y terminan por colorín colorado.


Había una vez, hace muchísimos años, una ciudad en medio del pico más alto de una montaña.

Se llamaba “LA CIUDAD DE LOS DONES Y DE LAS DOÑAS”.

Era una ciudad donde todos sus habitantes conocían la música.

De padres a hijos habían recibido el interés y la defensa de todo aquello que tuviera aroma y vestigios musicales.

Cualquier visitante que llegaba a la ciudad, lo primero que podía ver era el cartel de su nombre “LA CIUDAD DE LOS DONES Y LAS DOÑAS” y, a un lado, con letra redonda, el siguiente epígrafe: “Aquí vive la más famosa representación de la armonía, el compás y el ritmo”.

LA CIUDAD DE LOS DONES Y DE LAS DOÑAS, estaba toda ella revestida de adornos musicales.

Los faroles tenían forma de bemoles, las ventanas terminaban en becuadros y las puertas principales de sus casas, se apoyaban en grandes columnas engalanadas de sostenidos.

Grandes pentagramas, con líneas de colores, embellecían sus frisos y las fachadas principales estaban adornadas de notas, puntillos y claves.

Sus habitantes, mayores en su mayoría, vivían tranquilamente “el día a día” pensando, con orgullo, en su pasado pero sin querer adentrarse, para nada, en el mañana.

La palabra futuro no existía para ellos. Mejor, no querían que existiera.

En sus conversaciones, raramente se hablaba de este tema y, cuando los más jóvenes lo mencionaba, procuraban cambiar la conversación.

Su vocabulario rezumaba tiempos antiguos, vetustos y viejos.

Sus costumbres anquilosadas, tenían sabor a añejo y su forma de vestir, recordaban épocas arcaicas y ancestrales.

Las palabras: sobresalto, agitación, susto y otras muchas más, hacía mucho que habían desaparecido de su diccionario. Y otras palabras como innovación, cambio y modernización no acababan de incorporarse.

Sus casas eran para ellos mansiones de intimidad y sosiego.

En sus calles reinaba el silencio y la quietud y, el casino, lugar de reuniones, coloquios y tertulias, era, para ellos, un verdadero remanso de paz y reposo.

DOÑA VIOLA, con sus primos el violín y el violonchelo vivía en la calle “el Compás”, considerada como la calle más visitada por los turistas.

DON CLARINETE y DOÑA TUBA con su familia de la “madera y de los “metales”, apodos cariñosos que siempre habían recibido, habitaban en el edificio más moderno de la ciudad.

DOÑA BATERÍA era la última familia que había llegado.

Sus componentes eran, en su mayoría, jóvenes que consideraban al resto de los habitantes como anticuados y “carrozas”.

Vivía a las afueras de la ciudad y eran considerados los habitantes más inquietos y bulliciosos.

Llegaban a la ciudad con espíritu de innovación y de cambio.

Alejados del ruido y del bullicio, vivía también la familia de los GRAMÓFONOS, cuyos escudos familiares todavía seguían adornando algunas paredes de la ciudad.

DON MEGÁFONO padre, era un señor alto, sonoro y muy significativo.
Le gustaban los paseos en solitario.
Su caminar era pausado y el ritmo de su habla era lento y sosegado.
Cuando le hablaban de sus antepasados, respondía con suficiencia y vanidad. Sin embargo de su descendencia, apenas quería hablar. Y es que Don Gramófono pensaba, con nostalgia, que su descendencia era escasa. Él era ya mayor y la sucesión de su apellido se iba agotando poco a poco.

DON PIANO, con sus primos, el Organillo y la Pianola, vivían en el centro de la ciudad.

Don Piano era un señor más bien pequeño pero muy ancho de cuerpo.

Vestía esmoquin de color negro, pajarita adornada, cola larga y zapatos dorados.

Cubría su cabeza con sombrero de corta ala o media chistera y, cuando abría la boca, sus dientes resplandecían con un blanco nacarado.

Tenía variados tonos de voz en su conversación. Suave unas veces, altos y graves otras y fuertes y vigorosos en momentos emocionantes de sus intervenciones.

DOÑA ARPA, era otra de las familias antiguas de la ciudad.

Por todos era conocido que la familia de Doña Arpa había recorrido las cortes más magníficas del antiguo Egipto y que su presencia había alegrado los tronos más acaudalados de faraones y reyes.

Doña Arpa vivía sola, en una casa suntuosa, llena de ornato y de lujo.

Cada uno de sus aposentos estaba decorado con recuerdos de sus antepasados.

En la habitación principal, exhibía una gran pintura en el techo con recuerdos de sus padres cuando viajaron por las tierras Babilonia.

En la sala de estar, donde ella pasaba más tiempo, sus paredes estaban decoradas con dos grandes tapices, donde afloraban recuerdos de sus abuelos por tierras del imperio egipcio.

Y en el salón, donde recibía a los invitados, decorando la mesa principal, lucía una pequeña, pero valiosa, estatua de uno de sus bisabuelos.

En la casa de doña Arpa todo era suntuosidad.

La familia piano, gramófono, arpa y viola, componían un grupo que convivía amigablemente.

Los ratos libres disfrutaban, sentados alrededor de la mesa grande de pino que había en el casino o en los sofás de terciopelo, repasando la última revista de “El Desarrollo” o leyendo las noticias del diario “El Continuismo”.

El casino, era el centro de reuniones y tertulias.

En él se recordaba el pasado, se hablaba del presente y muy raramente se pensaba en el futuro.

Aquella tarde se habían reunido como siempre.

Poco a poco habían ido llegando y en el salón principal leían y conversaban, sobre las últimas noticias que llegaban a su ciudad.

- ¡Qué barbaridad!, dijo Doña Arpa, mientras miraba la portada del diario “El Continuismo”. Cada día las noticias son más exageradas.

¿Habéis leído lo que dice en la portada?

- Algún mequetrefe que quiere invadir nuestro campo, ¿no?, dijo Don Piano.

- ¡Cómo que algún mequetrefe¡. ¡Más que un mequetrefe!, repitió Doña Arpa.

La noticia habla de un grupo que quieren marginar el logro alcanzada por nuestros abuelos y nuestros padres.

- Exageraciones, intervino Don Gramófono.

Ya mis padres hablaban de intrusismo en su campo, llamando advenedizos a todos los que querían romper el pasado, con lo que siempre habían trabajado.

- ¡Ojalá tengas razón¡, querido Gramófono, dijo Doña Arpa, pero mis noticias no son esas.

Hay advenedizos, como les llamaba tus padres, que quieren romper vuestro cuerpo de “grafito” por un no se qué de “vinilo”.
Y esto no es ninguna exageración.

La conversación se tranquilizó cuando intervino de Don Piano. Sentado en el sofá más grande del salón, apenas se le veía.
Sin embargo su tono de voz se dejó oír en la tertulia.

- ¡Qué razón tiene¡

- ¿Quién?, preguntó Doña Arpa.

- El que escribe este artículo que estoy leyendo, respondió Don Piano, que había estado un poco al margen de la conversación anterior.

Desde siempre hemos sido figuras y lo seguiremos siendo.

Fijaos en mi árbol genealógico, señaló con el dedo en el centro del artículo.

Se habla de doña Lira, doña Citara y del mismo don Salterio como quinto apellido de mis abuelos y de don Clave y don Clavicordio como más próximos a mi apellido de piano.

Con esta genealogía, debo estar orgulloso de los poetas que han lucido sus versos y los artistas que han interpretado sus mejores obras al son del apellido de mis antecesores.

- ¡Que quieran cambiar, ahora, lo que de generación en generación hemos recibido!, susurró, en voz baja, Don Gramófono, dolido por lo del “vinilo”.

- Quisiera darle la razón, intervino Don Piano, que había oído el susurro de su amigo Don Gramófono. Pero cada día nos sorprenden con novedades que no nos gustan, innovaciones que no queremos y modernismos que no quisiéramos que llegaran pero...

- Pero… ¿qué?, cortó Don Gramófono.

¿Voy a renunciar, yo, a mi familia de fonógrafos y gramófonos, basada en el plato edisoniano, el plato lacado, la aguja punteaguda y el novedoso “disco”, que tanta gloria han dado a la humanidad?

¿Voy a borrar de mi familia la pintura del famoso perro Nipper?
Nada debes borrar de tu familia, intervino Doña Arpa.
- Escuchar los aires de innovación que llegan hasta nosotros, intervino Don Piano, no supone que tengamos que romper con nuestra historia.
Durante unos minutos hubo un silencio profundo en la sala.
Solamente podía oírse el ruido silencioso del pasar de las hojas y el murmullo de Don Gramófono recordando la conversación.

- Todos tenemos nuestra historia, rompió el silencio Doña Arpa.

No renuncio, amigo Gramófono, a mi historia. No quiero adelantarme pero tampoco quiero pararme en el tiempo.

- No puedo remontarme, como tú, amiga Arpa, a épocas tan antiguas, pero mi apellido, intervino Don Piano, también ha servido de apoyo a compositores de gran renombre como Mozart, Beethoven, Chopin y el mismo Ravel.

He acompañado a los personajes famosos y han bailado, a mi ritmo, familias de la corte y de la aristocracia.

- También a mí, el tiempo me ha brindado momentos famosos, intervino Doña Arpa.

Poco a poco se iban diferenciando las posiciones de cada familia en el tiempo y los deseos de seguir o permanecer en el mismo.

Por una parte estaba la apatía e indiferencia de las Violas.

Por otra, el desenfrenado arraigo por el pasado de Don Gramófono.

En el medio, sin conocer muy bien su posición, estaba la familia clarinete.

Se veía claramente la curiosidad y aceptación por el futuro de Don Piano y Doña Arpa y, finalmente, el aperturismo y los deseos de innovación de Doña Batería y su familia que en nada se parecía al resto de habitante.

A pesar de estas diferencias sus tertulias en el casino seguían siendo animadas, sus coloquios entretenidos y su amistad se mantenía sólida y buena.

Eran muchos los años pasados juntos. Eran también muy parecidos sus orígenes y sus características personales

Pero un día, que había amanecido normal, a la ciudad de los dones y las doñas, llegaron un grupo de visitantes.

Su aspecto era normal. Su porte algo diferenciado y su forma de observar demasiada inquisidora.

Se habían parado frente al casino y mirando el edificio cuchicheaban entre sí.

Desde una de las ventanas, levantando un poco el visillo, Doña Arpa contemplaba la plaza.

Extrañada de los nuevos visitantes dio la voz de alarma.

- ¡Mirad! comentó con sus compañeros de tertulia.

¿Qué os parecen nuestros nuevos visitantes?

En un momento acudieron Don Piano y Don Gramófono.

- Unos turistas más, comentó Don Piano. Ya os habréis dado cuenta que últimamente nos visitan con más frecuencia.

- Y esto, ¿te parece normal?, preguntó Don Gramófono.
- Que quieres que te diga, respondió Don Piano. A veces me llega a parecer normal y hasta me gusta.
- ¡Cómo que te gusta!
Quitarnos nuestra quietud y romper nuestra intimidad, ¿dices que te gusta?

- No creo que sea motivo de discusión, intervino Doña Viola que se había levantado del sofá al ver el enfado de Don Gramófono.

No creo que la llegada de unos visitantes nos tenga que molestar, ni que miren y se fijen en nuestras casas nos tenga que enfadar.

Don gramófono se retiró de la ventana susurrando en voz baja.

Los susurros de Don Gramófono y los cuchicheos de Doña Viola, Don Piano y Doña Arpa se vieron sorprendidos con la llegada de Don Violín.

Jadeando se dirigió a la ventana, mientras señalaba a uno de los visitantes.

- Dicen que es muy famoso, comentó Don Violín.

Me ha dado esta carta y me ha dicho que quiere hablar con todos los habitantes de la ciudad.

Todos, menos Don Gramófono, se reunieron en torno a Don Piano que había cogido la carta y se disponía abrirla.

Con voz suave y pausada (comenzó a leer la carta que decía): leyó punto por punto toda la carta.

“Quiero, con todos vosotros, decía la carta, formar una gran Orquesta para mostrar a los visitantes de la ciudad vuestras cualidades y utilizar vuestro pasado para que os sigan reconociendo en el futuro”.

“Espero, aceptéis mi petición”.

“...dado que el tema es muy importante, terminaba la carta, ruego a todos los habitantes, acudan a la reunión”.

Por unos momentos se hizo un gran silencio. Todos se fijaron en Don Piano que seguía con la carta en la mano. Esperaban que alguien dijera una palabra, pero nadie habló.

Don Gramófono que era el único que no formaba grupo, pero que había visto los movimientos y había oído el contenido de la carta, se levantó de su asiento y dirigiéndose al grupo les dijo con un poco sorna:

- ¿Por qué guardáis tanto silencio? ¿Quién os ha paralizado la lengua?

- El hecho de que estemos pensando, contestó Don Piano, no quiere decir que alguien nos haya paralizado la lengua. Yo por mi parte asistiré a la reunión.

- Yo, dijo Doña Arpa, no tengo motivos para decir que no. Nos han hecho una invitación y la considero importante.

- Mi familia, dijo Doña Viola, siempre hemos querido participar con el exterior, por esto ¡claro que acudiremos a la reunión!

- Muy bien, dijo Don gramófono.

Sé que, con esto, se romperán nuestras buenas tertulias y se terminarán nuestros coloquios, pero... ya me contaréis.

El día siguiente, por la mañana, en medio de este ambiente tenso, llegó la hora de la reunión.

De cada una de las casas fueron saliendo todas las familias.

Reunidos, escucharon las palabras de saludo del personaje misterioso. Entre palabras de cariño, hacia los asistentes, les explicó sus deseos.

Al final de la charla, todos asintieron a mano alzada.

Se marcó el día y la hora del primer concierto, después de un ensayo a puerta cerrada.

El señor misterioso era para todos, una persona agradable y simpática y los comentarios de las distintas familias en nada se parecían a las tertulias del casino.

Había que prepararse para el día del concierto.

La familia Viola se pasó toda la noche limpiando y tensando sus cuerdas.

La familia clarinete sacó brillo a su metal y sus parientes prepararon sus lengüetas.

Doña Arpa no solamente afinó sus cuerdas, un poco anquilosada por el tiempo, sino que sacó brillo a cada una de sus partes.

Don Piano, ajustó sus martillos, dejó muy brillante su teclado y limpió todo su exterior con un aspecto reluciente.

Doña Batería y su familia apenas tuvieron que hacer algo especial. Estaban puestas al día y, así, como estaban llegarían al ensayo.

El bullicio en la ciudad, agrupaba cada vez más a los turistas.

De la calle “El Compás” y otras calles paralelas no dejaban de oírse sonidos de armonía y afinamiento.

A la ciudad había llegado el entusiasmo y la ilusión por aparecer en público.

La quietud y el sosiego de antes había pasado a ser actividad y movilidad y del aroma y sabor a viejo habían pasado a sabor y aroma nuevo, joven y moderno.

El día del GRAN CONCIERTO había llegado. Don Director, (como así le llamaban) fue colocando a todos en su sitio.

Las violas y violines delante y a su lado don Piano y doña Arpa.

Detrás, los clarinetes, las flautas, los oboes, las tubas y sus familias.

Al fondo, todos los amigos y parientes de la batería. Y el primero, delante de todos, agrupando a toda la orquesta, Don Director.

Todo estaba dispuesto para el comienzo.

Las familias de instrumentos colocadas en el escenario y el público, turistas y visitantes, sentados en las butacas, esperando el comienzo de una Orquesta, formada recientemente y de un director que estaba dispuesto a sacar del olvido a una ciudad admirada pero olvidada.

En unos momentos se abrió el telón.

El silencio se hizo total en la sala, mientras, el Director, levantando el brazo, iniciaba el concierto.

Por unos minutos se fueron sucediendo, sonidos armoniosos hasta llegar a formar un gran conjunto lleno de armonía.

Los aplausos comenzaron a oírse confundiéndose, en muchos momentos, con la interpretación de la orquesta.

Un aplauso final dio por terminado el concierto.

Felicitaciones al Director, elogios de éste para la orquesta y alegría y satisfacción para todos.

En medio de esta algarabía y el cambio que se había producido en la ciudad, una sorpresa les esperaba a la salida.

Una música de fondo ambientaba las calles de la ciudad. Todos quedaron extrañados y admirados por la sonoridad de sus notas.

Don Gramófono y su familia no habían podido resistir la tentación de la invitación y, conectados desde el casino a grandes altavoces, reproducían la música deliciosa que todos podían oír.

- ¡Don Gramófono!, gritaron todos, corriendo a saludarle.

Por fin todos podían unirse a la alegría de la innovación y del cambio El amigo invisible, para ellos Don Director, les había dado nueva vida.

- Nuestra historia es muy buena, comentó Don Piano a sus amigos de Orquesta pero podemos dar mucho más. Me alegro de nuestra decisión y me alegro, también, que Don Gramófono nos acompañe.

- Amigo Don Piano, dijo Doña Arpa, Todos nos alegramos como tú y nuestros antepasados se alegrarán también, por todo lo que ahora hacemos juntos y que ellos lo tuvieron que hacer por separado.

Las felicitaciones llegaban de todos los lugares.

Su nombre de “Orquesta Sinfónica de los Dones y de las Doñas” formaron un gran conjunto lleno de armonía, que fue llevando por todo el mundo, notas de alegría y compases de satisfacción.

Y colorin colorado este cuento ha terminado.