viernes, 30 de enero de 2009

CUENTO 16 LA "MATANZA" DEL SEÑOR GENARO

PRESENTACIÓN


-Abuela, cuando sea mayor, ¿me acordaré de todos los cuentos que tú ahora me cuentas?

- Claro que te acordarás, porque yo todavía me acuerdo.

- Es que son muchos los cuentos que me has contado y todavía me cuentas.

- Sí que son muchos, pero parece que nunca se olvidan, los cuentos que las abuelas nos cuentan

- Pues cuéntame otro cuento, abuela, de los que parece que nunca se olvidan y que a ti te contaba tu abuela.

- Te voy a contar otro cuento que siempre recordarás como “otro cuento de la abuela de los que empiezan por eso”


Érase una vez una familia que vivía en un pueblo pequeño.

Genaro, el padre, trabajaba en el campo.

María, la madre, cuidaba de la casa y atendía a sus dos hijos que todos los días iban a la escuela.

Esa mañana el señor Genaro se levantó muy pronto.

Había que cambiar la paja en las tenadas, dar de comer a los conejos, echar el pienso a las gallinas y estar libre para bajar a la Plaza.

Era jueves y el señor Cipriano llegaría al pueblo con su carro cubierto de un gran toldo. Vendía los cerdos que iban a ser la futura matanza.

Ese día muchos vecinos, como el señor Genaro, se reunirían para comprar el cerdo.

La compra no era fácil.

Había que revisar bien el cerdo, cogerle de las patas traseras, mantenerlo en volandas, pesarlo, ver cómo se movía en el suelo y oír el precio.

Después vendría el regateo. Era lo normal en estos casos.

A veces se pasaban muchos minutos regateando porque parecía que el cerdito no gruñía bien, no se movía con la ligereza que el comprador quería o no tenía el peso adecuado a su edad.

Pero al final siempre se llegaba a un acuerdo y se cerraba el trato.

Esa mañana el señor Genaro había hecho la compra muy rápido. Era el primer comprador y pudo elegir con facilidad.

Alegre y satisfecho, volvió a casa con el cerdito entre los brazos.

La llegada estuvo llena de algazara.

- ¡Qué buena presencia tiene!, dijo su mujer, mientras le acariciaba las orejas.

- ¡Si parece de juguete!, dijo el hijo pequeño.

- Déjale en el suelo que veamos como anda, comentó su hija, llena de alegría por el nuevo inquilino que había llegado a la casa.

- No, dijo el padre.

No debemos acostumbrarle a lugares diferentes.

Su casa es la cochiquera y allí debe hacer su vida.

Genaro ya tenía preparado la casa del cerdo.

Con paja limpia, había cubierto todo el suelo, haciendo una buena mullida.

Las paredes las había pintado de blanco y a un lado tenía preparado el recipiente de madera donde le pondrían la comida todos los días.

Con estos preparativos el cerdo tomó posesión de su casa.

Una trampilla de madera permitía observar lo que hacía dentro y su ronroneo demostraba que el cerdito estaba tranquilo y satisfecho en su pocilga.

Todos los días, Genaro salía en busca de cardillos, hojas sueltas de berza y “lecherinas” que, con los salvados, que era la comida preferida del cerdo.

Pasaba el tiempo y Genaro veía con alegría cómo su cerdo, alimentado con mimo e ilusión, aumentaba su peso.

Veinte kilos, más quinientos gramos a la semana, pensaba el señor Genaro, multiplicado por ciento veinticinco semanas, son sesenta y dos kilogramos.

Cuando llegue noviembre va estar ya en su peso.

Avisaré al carnicero, nos matará el cerdo y lo chamuscaremos.

En la panera colgaremos los jamones y llenaremos las tripas y haremos chorizos muy buenos. Y sacaremos tiernas morcillas para regalar a los amigos, como recuerdo de nuestro cerdo”.

Era como el cuento de la lechera, pero para el señor Genaro todo era real y verdadero.

Su cerdo tenía ya un buen peso, comía muy bien y sobre todo, seguía engordando.

Así fueron pasando los meses hasta que llegó Noviembre.

Faltaba solamente cinco días para San Martín cuando, Genaro, comunicó la noticia a toda la familia.

- El día 15 haremos la matanza, dijo el padre.

- Por qué no esperamos más, comentó el hijo pequeño.

El cerdo come, engorda y gruñe en la cochiquera muy satisfecho.

- Porque ya ha engordado lo suficiente y ha llegado ya su tiempo.

Ya sabes que hay un refrán que dice: “a todo cerdo le llega su San Martín”.

- Y esto ¿qué quiere decir?

- Muy fácil, contestó el padre.

Desde siempre se ha mirado la fiesta de San Martín, 11 de Noviembre, como día, alrededor del cual, se suelen matar todos los cerdos.

Es un mes frío, seco y generalmente luminoso. Muy bueno para que la carne se cure y se seque bien.

- Además, añadió su mujer, si hablamos con Antonio seremos los primeros.

Antonio era un buen “matador” de cerdos. Desde joven había sido un carnicero eficaz, diestro y limpio, que todos los vecinos deseaban y que él complacía con gran generosidad.

Al día siguiente después de concretar la fecha con Antonio, el padre comenzó preparar el banco de madera, las pajas largas para el”chamuscado”y el gancho de hierro para colgar el cerdo.

Poco a poco fue comunicándoselo a los familiares y amigos.

Se trataba de una gran fiesta familiar y había que hacerlo muy bien. El recuerdo de cada matanza se guardaba de año en año y éste no iba a ser diferente.


Llegado el día y todo preparado, Genaro abrió la puerta de la cochiquera. El cerdo comenzó a salir muy despacio ante la mirada de todos los visitantes.

En un momento se paró gruñendo suavemente y rastreando su hocico por el suelo. Quizá esperaba la comida que no llegaba.

En ese momento cuatro hombres le cogieron por sorpresa de las patas, tumbándole sobre el banco de madera preparado para la matanza.

El gruñido del animal y un fuerte forcejeo fue aumentando hasta que el carnicero metió el cuchillo y, en menos de un minuto la sangre en borbotones cayó al barreño hasta el desangrado total.

El carnicero era un experto en matanzas y en breves momentos el cerdo estaba dispuesto para el chamuscado.

La expectación de pequeños y mayores había sido total.

Las miradas se cruzaban entre ellos guardando un gran silencio. Todo había terminado.

La satisfacción de Genaro se mostraba en su cara.

Un año más, dijo rompiendo el silencio, todo ha terminado muy bien.


Lleno de emoción, abrazó asu amigo el carnicero, que limpiaba el cuchillo en su mandil y abrazó también a su mujer, a sus hijos y a sus familiares que le daban la enhorabuena.

Lo primero de la matanza ya había terminado y el resto...

Del resto el señor Genaro siguió pensando como si fuera un sueño:

Y sacaremos dos perniles que serán, cuando estén curados, unos hermosos jamones y con ellos buenas lonchas comeremos todo el año.

Con la carne picada y debídamente sazonada, rellenaremos las tripas que, divididas en chorizos, formaremos buenas sartas.

Y con otras tripas más pequeñas, haremos también las morcillas que repartiremos, como siempre, entre toda la familia.

Las orejas y el rabo, cocido en el puchero, también lo comeremos entre toda la familia.

¡Qué bonitas serán las fiestas que, con la comida del cerdo, vamos a celebrar!

Brindaremos con los chorizos, con los perniles curados, con la costilla adobada y los lomos sazonados”.

¿Era verdad o era sueño?

Para el señor Genaro, era tan real su pensamiento que, mirando a su alrededor vio a su familia y amigos que, observando la viga donde habían colgado el cerdo, le felicitaban, por haber logrado, un año más, la matanza de sus sueños.

Y colorín colorado este cuento ha terminado

- ¿Qué te ha pareciendo el cuento de la matanza del cerdo?

- Abuela, no digo nada porque me ha gusta mucho, aunque me da pena del cerdo. Pero todos nos alimentamos, como ellos también se alimentan.