martes, 10 de junio de 2008

CUENTO 15 LA CIUDAD DE LA MÚSICA

PRESENTACIÓN

-Abuela, ¿por qué todos los cuentos que tú me cuentas, terminan por colorín colorado?

- Porque todos los cuentos que yo recuerdo siempre han terminado por colorín colorado.

- Pero, ¿qué quiere decir colorín, colorado.

- Colorín, colorado sólo quiere decir que el cuento ha terminado

- Y si no termina así, por colorín, colorado ¿es que el cuento no ha terminado?

- Hay cuentos que son cuentos que no terminan por colorín colorado, pero cuando te cuenten un cuento y oigas colorín colorado, piensa, y siempre acertarás, que el cuento ha terminado

- Y, ¿por qué todos los cuentos que tú cuentas terminan por colorín colorado?

- Porque así los aprendí de mi abuela y siempre los he contado.

- Entonces, los cuentos que tú me cuentas y yo, cuando sea mayor cuente, comenzarán “por eso” y terminarán por colorín colorado.

- Eso depende de quien cuente los cuentos.

A mi, me gustan así y a ti, depende de la forma que quieras contarlos.

- Yo te lo digo ahora.

Contaré los cuentos como tú me los has contado. Comenzando siempre por eso y terminando por colorín colorado.

- Pues yo te contaré ahora, otro cuento de los que comienzan por eso y terminan por colorín colorado.


Había una vez, hace muchísimos años, una ciudad en medio del pico más alto de una montaña.

Se llamaba “LA CIUDAD DE LOS DONES Y DE LAS DOÑAS”.

Era una ciudad donde todos sus habitantes conocían la música.

De padres a hijos habían recibido el interés y la defensa de todo aquello que tuviera aroma y vestigios musicales.

Cualquier visitante que llegaba a la ciudad, lo primero que podía ver era el cartel de su nombre “LA CIUDAD DE LOS DONES Y LAS DOÑAS” y, a un lado, con letra redonda, el siguiente epígrafe: “Aquí vive la más famosa representación de la armonía, el compás y el ritmo”.

LA CIUDAD DE LOS DONES Y DE LAS DOÑAS, estaba toda ella revestida de adornos musicales.

Los faroles tenían forma de bemoles, las ventanas terminaban en becuadros y las puertas principales de sus casas, se apoyaban en grandes columnas engalanadas de sostenidos.

Grandes pentagramas, con líneas de colores, embellecían sus frisos y las fachadas principales estaban adornadas de notas, puntillos y claves.

Sus habitantes, mayores en su mayoría, vivían tranquilamente “el día a día” pensando, con orgullo, en su pasado pero sin querer adentrarse, para nada, en el mañana.

La palabra futuro no existía para ellos. Mejor, no querían que existiera.

En sus conversaciones, raramente se hablaba de este tema y, cuando los más jóvenes lo mencionaba, procuraban cambiar la conversación.

Su vocabulario rezumaba tiempos antiguos, vetustos y viejos.

Sus costumbres anquilosadas, tenían sabor a añejo y su forma de vestir, recordaban épocas arcaicas y ancestrales.

Las palabras: sobresalto, agitación, susto y otras muchas más, hacía mucho que habían desaparecido de su diccionario. Y otras palabras como innovación, cambio y modernización no acababan de incorporarse.

Sus casas eran para ellos mansiones de intimidad y sosiego.

En sus calles reinaba el silencio y la quietud y, el casino, lugar de reuniones, coloquios y tertulias, era, para ellos, un verdadero remanso de paz y reposo.

DOÑA VIOLA, con sus primos el violín y el violonchelo vivía en la calle “el Compás”, considerada como la calle más visitada por los turistas.

DON CLARINETE y DOÑA TUBA con su familia de la “madera y de los “metales”, apodos cariñosos que siempre habían recibido, habitaban en el edificio más moderno de la ciudad.

DOÑA BATERÍA era la última familia que había llegado.

Sus componentes eran, en su mayoría, jóvenes que consideraban al resto de los habitantes como anticuados y “carrozas”.

Vivía a las afueras de la ciudad y eran considerados los habitantes más inquietos y bulliciosos.

Llegaban a la ciudad con espíritu de innovación y de cambio.

Alejados del ruido y del bullicio, vivía también la familia de los GRAMÓFONOS, cuyos escudos familiares todavía seguían adornando algunas paredes de la ciudad.

DON MEGÁFONO padre, era un señor alto, sonoro y muy significativo.
Le gustaban los paseos en solitario.
Su caminar era pausado y el ritmo de su habla era lento y sosegado.
Cuando le hablaban de sus antepasados, respondía con suficiencia y vanidad. Sin embargo de su descendencia, apenas quería hablar. Y es que Don Gramófono pensaba, con nostalgia, que su descendencia era escasa. Él era ya mayor y la sucesión de su apellido se iba agotando poco a poco.

DON PIANO, con sus primos, el Organillo y la Pianola, vivían en el centro de la ciudad.

Don Piano era un señor más bien pequeño pero muy ancho de cuerpo.

Vestía esmoquin de color negro, pajarita adornada, cola larga y zapatos dorados.

Cubría su cabeza con sombrero de corta ala o media chistera y, cuando abría la boca, sus dientes resplandecían con un blanco nacarado.

Tenía variados tonos de voz en su conversación. Suave unas veces, altos y graves otras y fuertes y vigorosos en momentos emocionantes de sus intervenciones.

DOÑA ARPA, era otra de las familias antiguas de la ciudad.

Por todos era conocido que la familia de Doña Arpa había recorrido las cortes más magníficas del antiguo Egipto y que su presencia había alegrado los tronos más acaudalados de faraones y reyes.

Doña Arpa vivía sola, en una casa suntuosa, llena de ornato y de lujo.

Cada uno de sus aposentos estaba decorado con recuerdos de sus antepasados.

En la habitación principal, exhibía una gran pintura en el techo con recuerdos de sus padres cuando viajaron por las tierras Babilonia.

En la sala de estar, donde ella pasaba más tiempo, sus paredes estaban decoradas con dos grandes tapices, donde afloraban recuerdos de sus abuelos por tierras del imperio egipcio.

Y en el salón, donde recibía a los invitados, decorando la mesa principal, lucía una pequeña, pero valiosa, estatua de uno de sus bisabuelos.

En la casa de doña Arpa todo era suntuosidad.

La familia piano, gramófono, arpa y viola, componían un grupo que convivía amigablemente.

Los ratos libres disfrutaban, sentados alrededor de la mesa grande de pino que había en el casino o en los sofás de terciopelo, repasando la última revista de “El Desarrollo” o leyendo las noticias del diario “El Continuismo”.

El casino, era el centro de reuniones y tertulias.

En él se recordaba el pasado, se hablaba del presente y muy raramente se pensaba en el futuro.

Aquella tarde se habían reunido como siempre.

Poco a poco habían ido llegando y en el salón principal leían y conversaban, sobre las últimas noticias que llegaban a su ciudad.

- ¡Qué barbaridad!, dijo Doña Arpa, mientras miraba la portada del diario “El Continuismo”. Cada día las noticias son más exageradas.

¿Habéis leído lo que dice en la portada?

- Algún mequetrefe que quiere invadir nuestro campo, ¿no?, dijo Don Piano.

- ¡Cómo que algún mequetrefe¡. ¡Más que un mequetrefe!, repitió Doña Arpa.

La noticia habla de un grupo que quieren marginar el logro alcanzada por nuestros abuelos y nuestros padres.

- Exageraciones, intervino Don Gramófono.

Ya mis padres hablaban de intrusismo en su campo, llamando advenedizos a todos los que querían romper el pasado, con lo que siempre habían trabajado.

- ¡Ojalá tengas razón¡, querido Gramófono, dijo Doña Arpa, pero mis noticias no son esas.

Hay advenedizos, como les llamaba tus padres, que quieren romper vuestro cuerpo de “grafito” por un no se qué de “vinilo”.
Y esto no es ninguna exageración.

La conversación se tranquilizó cuando intervino de Don Piano. Sentado en el sofá más grande del salón, apenas se le veía.
Sin embargo su tono de voz se dejó oír en la tertulia.

- ¡Qué razón tiene¡

- ¿Quién?, preguntó Doña Arpa.

- El que escribe este artículo que estoy leyendo, respondió Don Piano, que había estado un poco al margen de la conversación anterior.

Desde siempre hemos sido figuras y lo seguiremos siendo.

Fijaos en mi árbol genealógico, señaló con el dedo en el centro del artículo.

Se habla de doña Lira, doña Citara y del mismo don Salterio como quinto apellido de mis abuelos y de don Clave y don Clavicordio como más próximos a mi apellido de piano.

Con esta genealogía, debo estar orgulloso de los poetas que han lucido sus versos y los artistas que han interpretado sus mejores obras al son del apellido de mis antecesores.

- ¡Que quieran cambiar, ahora, lo que de generación en generación hemos recibido!, susurró, en voz baja, Don Gramófono, dolido por lo del “vinilo”.

- Quisiera darle la razón, intervino Don Piano, que había oído el susurro de su amigo Don Gramófono. Pero cada día nos sorprenden con novedades que no nos gustan, innovaciones que no queremos y modernismos que no quisiéramos que llegaran pero...

- Pero… ¿qué?, cortó Don Gramófono.

¿Voy a renunciar, yo, a mi familia de fonógrafos y gramófonos, basada en el plato edisoniano, el plato lacado, la aguja punteaguda y el novedoso “disco”, que tanta gloria han dado a la humanidad?

¿Voy a borrar de mi familia la pintura del famoso perro Nipper?
Nada debes borrar de tu familia, intervino Doña Arpa.
- Escuchar los aires de innovación que llegan hasta nosotros, intervino Don Piano, no supone que tengamos que romper con nuestra historia.
Durante unos minutos hubo un silencio profundo en la sala.
Solamente podía oírse el ruido silencioso del pasar de las hojas y el murmullo de Don Gramófono recordando la conversación.

- Todos tenemos nuestra historia, rompió el silencio Doña Arpa.

No renuncio, amigo Gramófono, a mi historia. No quiero adelantarme pero tampoco quiero pararme en el tiempo.

- No puedo remontarme, como tú, amiga Arpa, a épocas tan antiguas, pero mi apellido, intervino Don Piano, también ha servido de apoyo a compositores de gran renombre como Mozart, Beethoven, Chopin y el mismo Ravel.

He acompañado a los personajes famosos y han bailado, a mi ritmo, familias de la corte y de la aristocracia.

- También a mí, el tiempo me ha brindado momentos famosos, intervino Doña Arpa.

Poco a poco se iban diferenciando las posiciones de cada familia en el tiempo y los deseos de seguir o permanecer en el mismo.

Por una parte estaba la apatía e indiferencia de las Violas.

Por otra, el desenfrenado arraigo por el pasado de Don Gramófono.

En el medio, sin conocer muy bien su posición, estaba la familia clarinete.

Se veía claramente la curiosidad y aceptación por el futuro de Don Piano y Doña Arpa y, finalmente, el aperturismo y los deseos de innovación de Doña Batería y su familia que en nada se parecía al resto de habitante.

A pesar de estas diferencias sus tertulias en el casino seguían siendo animadas, sus coloquios entretenidos y su amistad se mantenía sólida y buena.

Eran muchos los años pasados juntos. Eran también muy parecidos sus orígenes y sus características personales

Pero un día, que había amanecido normal, a la ciudad de los dones y las doñas, llegaron un grupo de visitantes.

Su aspecto era normal. Su porte algo diferenciado y su forma de observar demasiada inquisidora.

Se habían parado frente al casino y mirando el edificio cuchicheaban entre sí.

Desde una de las ventanas, levantando un poco el visillo, Doña Arpa contemplaba la plaza.

Extrañada de los nuevos visitantes dio la voz de alarma.

- ¡Mirad! comentó con sus compañeros de tertulia.

¿Qué os parecen nuestros nuevos visitantes?

En un momento acudieron Don Piano y Don Gramófono.

- Unos turistas más, comentó Don Piano. Ya os habréis dado cuenta que últimamente nos visitan con más frecuencia.

- Y esto, ¿te parece normal?, preguntó Don Gramófono.
- Que quieres que te diga, respondió Don Piano. A veces me llega a parecer normal y hasta me gusta.
- ¡Cómo que te gusta!
Quitarnos nuestra quietud y romper nuestra intimidad, ¿dices que te gusta?

- No creo que sea motivo de discusión, intervino Doña Viola que se había levantado del sofá al ver el enfado de Don Gramófono.

No creo que la llegada de unos visitantes nos tenga que molestar, ni que miren y se fijen en nuestras casas nos tenga que enfadar.

Don gramófono se retiró de la ventana susurrando en voz baja.

Los susurros de Don Gramófono y los cuchicheos de Doña Viola, Don Piano y Doña Arpa se vieron sorprendidos con la llegada de Don Violín.

Jadeando se dirigió a la ventana, mientras señalaba a uno de los visitantes.

- Dicen que es muy famoso, comentó Don Violín.

Me ha dado esta carta y me ha dicho que quiere hablar con todos los habitantes de la ciudad.

Todos, menos Don Gramófono, se reunieron en torno a Don Piano que había cogido la carta y se disponía abrirla.

Con voz suave y pausada (comenzó a leer la carta que decía): leyó punto por punto toda la carta.

“Quiero, con todos vosotros, decía la carta, formar una gran Orquesta para mostrar a los visitantes de la ciudad vuestras cualidades y utilizar vuestro pasado para que os sigan reconociendo en el futuro”.

“Espero, aceptéis mi petición”.

“...dado que el tema es muy importante, terminaba la carta, ruego a todos los habitantes, acudan a la reunión”.

Por unos momentos se hizo un gran silencio. Todos se fijaron en Don Piano que seguía con la carta en la mano. Esperaban que alguien dijera una palabra, pero nadie habló.

Don Gramófono que era el único que no formaba grupo, pero que había visto los movimientos y había oído el contenido de la carta, se levantó de su asiento y dirigiéndose al grupo les dijo con un poco sorna:

- ¿Por qué guardáis tanto silencio? ¿Quién os ha paralizado la lengua?

- El hecho de que estemos pensando, contestó Don Piano, no quiere decir que alguien nos haya paralizado la lengua. Yo por mi parte asistiré a la reunión.

- Yo, dijo Doña Arpa, no tengo motivos para decir que no. Nos han hecho una invitación y la considero importante.

- Mi familia, dijo Doña Viola, siempre hemos querido participar con el exterior, por esto ¡claro que acudiremos a la reunión!

- Muy bien, dijo Don gramófono.

Sé que, con esto, se romperán nuestras buenas tertulias y se terminarán nuestros coloquios, pero... ya me contaréis.

El día siguiente, por la mañana, en medio de este ambiente tenso, llegó la hora de la reunión.

De cada una de las casas fueron saliendo todas las familias.

Reunidos, escucharon las palabras de saludo del personaje misterioso. Entre palabras de cariño, hacia los asistentes, les explicó sus deseos.

Al final de la charla, todos asintieron a mano alzada.

Se marcó el día y la hora del primer concierto, después de un ensayo a puerta cerrada.

El señor misterioso era para todos, una persona agradable y simpática y los comentarios de las distintas familias en nada se parecían a las tertulias del casino.

Había que prepararse para el día del concierto.

La familia Viola se pasó toda la noche limpiando y tensando sus cuerdas.

La familia clarinete sacó brillo a su metal y sus parientes prepararon sus lengüetas.

Doña Arpa no solamente afinó sus cuerdas, un poco anquilosada por el tiempo, sino que sacó brillo a cada una de sus partes.

Don Piano, ajustó sus martillos, dejó muy brillante su teclado y limpió todo su exterior con un aspecto reluciente.

Doña Batería y su familia apenas tuvieron que hacer algo especial. Estaban puestas al día y, así, como estaban llegarían al ensayo.

El bullicio en la ciudad, agrupaba cada vez más a los turistas.

De la calle “El Compás” y otras calles paralelas no dejaban de oírse sonidos de armonía y afinamiento.

A la ciudad había llegado el entusiasmo y la ilusión por aparecer en público.

La quietud y el sosiego de antes había pasado a ser actividad y movilidad y del aroma y sabor a viejo habían pasado a sabor y aroma nuevo, joven y moderno.

El día del GRAN CONCIERTO había llegado. Don Director, (como así le llamaban) fue colocando a todos en su sitio.

Las violas y violines delante y a su lado don Piano y doña Arpa.

Detrás, los clarinetes, las flautas, los oboes, las tubas y sus familias.

Al fondo, todos los amigos y parientes de la batería. Y el primero, delante de todos, agrupando a toda la orquesta, Don Director.

Todo estaba dispuesto para el comienzo.

Las familias de instrumentos colocadas en el escenario y el público, turistas y visitantes, sentados en las butacas, esperando el comienzo de una Orquesta, formada recientemente y de un director que estaba dispuesto a sacar del olvido a una ciudad admirada pero olvidada.

En unos momentos se abrió el telón.

El silencio se hizo total en la sala, mientras, el Director, levantando el brazo, iniciaba el concierto.

Por unos minutos se fueron sucediendo, sonidos armoniosos hasta llegar a formar un gran conjunto lleno de armonía.

Los aplausos comenzaron a oírse confundiéndose, en muchos momentos, con la interpretación de la orquesta.

Un aplauso final dio por terminado el concierto.

Felicitaciones al Director, elogios de éste para la orquesta y alegría y satisfacción para todos.

En medio de esta algarabía y el cambio que se había producido en la ciudad, una sorpresa les esperaba a la salida.

Una música de fondo ambientaba las calles de la ciudad. Todos quedaron extrañados y admirados por la sonoridad de sus notas.

Don Gramófono y su familia no habían podido resistir la tentación de la invitación y, conectados desde el casino a grandes altavoces, reproducían la música deliciosa que todos podían oír.

- ¡Don Gramófono!, gritaron todos, corriendo a saludarle.

Por fin todos podían unirse a la alegría de la innovación y del cambio El amigo invisible, para ellos Don Director, les había dado nueva vida.

- Nuestra historia es muy buena, comentó Don Piano a sus amigos de Orquesta pero podemos dar mucho más. Me alegro de nuestra decisión y me alegro, también, que Don Gramófono nos acompañe.

- Amigo Don Piano, dijo Doña Arpa, Todos nos alegramos como tú y nuestros antepasados se alegrarán también, por todo lo que ahora hacemos juntos y que ellos lo tuvieron que hacer por separado.

Las felicitaciones llegaban de todos los lugares.

Su nombre de “Orquesta Sinfónica de los Dones y de las Doñas” formaron un gran conjunto lleno de armonía, que fue llevando por todo el mundo, notas de alegría y compases de satisfacción.

Y colorin colorado este cuento ha terminado.




lunes, 28 de abril de 2008

DIÁLOGO DEL NIETO CON LA ABUELA

¿SON GALGOS O SON PODENCOS?


- Abuela, ¿te acuerdas del trabajo que tenía que presentar a la “seño”?

- Claro que me acuerdo, contestó la abuela.
Tenías muchas dudas a la hora de elegir y al final, elegiste la matanza..

- Pues me ha dicho la “seño”, dijo su nieto, que el trabajo está muy bien.
Igual de bien que el de Jaime y otros de la clase.

- Pero cuéntame, ¿cómo hiciste el trabajo?

- Más o menos como tú me lo contaste en el cuento.
Me inventé el nombre de un señor llamado Gerardo, que un día en una feria se compró un cerdo pequeño.
Quería alimentarlo para cuando llegara la matanza.
Todos los días salía a recoger hojas verdes del campo y con los salvados y la harina que tenía en casa le hacía unas comidas muy buenas.
Dije que le guardaba en una cuadra llamada cochiquera y que el señor Gerardo estaba muy contento con su cerdo porque cada día veía que iba engordando.
Cuando llegó la época de la matanza, porque era el día de San Martín, invitó a sus vecinos y amigos, llamó al carnicero y con un cuchillo muy bien afilado mató el cerdo.
También escribí lo del banco de madera donde se le chamuscaba y se le dividía por partes: los jamones, la carne picada con la que se hacían los chorizos y las tripas grandes con las que hacían las morcillas.
Más o menos esto fue lo que conté a la “seño”.
Mi madre me dijo que pusiera algo de la fiesta de la matanza y cómo la celebraban los invitado y que en esos día no había escuela.
A la “seño” le gustó mucho y me dijo que se lo leyera a todos los compañeros.
Había muchos trabajos buenos pero, nos dijo que eran los dos mejores de la lista.

- El tuyo y el de...

- El de mi amigo Jaime, que se lo había contado su abuela y era también muy bonito.

- Me alegro mucho, cariño, que te haya dicho que el trabajo está muy bien, porque lo que me has contado se parece todo a lo que yo te conté.
Me alegro también por Jaime, que es un buen amigo tuyo.

- Pero, ¿sabes una cosa?, preguntó el nieto.

- ¿Qué me tienes que contar?
- Que hoy he discutido con Jaime y nos ha castigado la “seño”.
- ¿Qué ha pasado?, preguntó la abuela.

- Nada. Por el trabajo que presentamos.

- Pero ¿qué tiene que ver el trabajo, con la discusión?, insistió la abuela.

- Pues que Jaime me dijo que estaba mejor el suyo.

- Y tú ¿qué le dijiste?

- Que era el mío
Y así estuvimos discutiendo.
Yo que el mío y él que el suyo.
Yo el mío y él el suyo.

- Y ¿cómo terminó la discusión?

- Pues que la “seño” se dio cuenta de lo que estábamos haciendo y nos dejó sin recreo a los dos.
¿Quién te parece abuela que tenía la razón?, preguntó el nieto.

- Yo creo que los dos, porque la “seño” os había dicho que los dos trabajos estaban muy bien.
Pero bueno, eso ya pasó todo, dijo la abuela, queriendo caminar de conversación.

- ¡Claro que ha pasado!, dijo el nieto, pero ninguno de los dos nos hemos dado la razón.

- Pues dile a tu amigo Jaime que los dos tenéis razón, porque como dice el refrán, “nada es todo verdad, ni es todo mentira, todo es del color del cristal con que se mira”.

- Y ¿qué quiere decir eso?, preguntó el nieto.

- Que para ti, contestó la abuela, como es el tuyo, es el mejor y para él, como el suyo, también es el mejor.
Pero tenéis que daros cuenta que la “seño”, que es muy lista, os dijo que eran los dos trabajos mejores de la lista y lo único que sacaréis si seguís discutiendo es que otra vez la “seño”os deje sin recreo.
Y si quieres hacérselo ver de otra manera más clara, cuéntale en forma de historia lo que siempre ha sido una fábula.

Había una vez dos liebres, que estaban comiendo en un verde prado cuando vieron a lo lejos unos perros de caza que se acercaban corriendo hacia ellas.
Una de las liebres dijo a la otra:

- Corramos que vienen los galgos y nos cazarán.

La otra miró hacia los perros y contesto:
- Tranquila, que no son galgos, que son podencos.

- ¡Que no!, que son galgos.

- ¡Fíjate bien!, que son podencos.

- ¡Que no!, que son galgos

- Son podencos.

- Son galgos.
...
Las dos liebres siguieron discutiendo durante un largo rato y cuando quisieron darse cuenta....
- Llegó la “seño”, dijo el nieto, y las dejó sin recreo.

- ¡Muy bien! ¡Que listo eres! y, ¡qué bien has entendido lo que yo te iba a decir cuando terminara de contarlo!

- La lista eres tú abuela que siempre me resuelves los problemas.
Mañana se lo contaré a mi amigo Jaime y se dará cuenta que no merece la pena seguir entre los dos discutiendo.
Porque puede llegar la “seño” y...

lunes, 31 de marzo de 2008

CUENTO 13 LAS DOS GOTAS DE AGUA

PRESENTACIÓN


- Abuela, esta noche he tenido un sueño muy bonito.

- Con qué soñaste para ser un sueño tan bonito.

- Soñé que estábamos en el campo, al lado de un riachuelo.

- Y ¿qué hacíamos al lado del riachuelo.

- Yo jugaba con el agua y tú mirabas el paisaje. Pero comenzó a llover y lo dos corrimos a escondernos.

- Y ¿dónde nos refugiamos?

- Debajo de un pórtico que había en una casa muy pequeña.

- Y ¿qué tiene que ver esto con el cuento?

- Porque también soñé que me contabas un cuento.

- Y ¿te acuerdas ahora de qué trataba el cuento?

- Claro que me acuerdo, abuela, de todo lo que trataba el cuento.

Y te lo voy a contar ahora.
Y, con éste, es el segundo que por mi parte te cuento.
Y si otro día sueño con otro, también te lo contaré y será el tercero.
Hasta que los cuentos que yo te cuente sean los cuentos del nieto.


- Pues cuéntamelo cuando quieras que yo lo escucharé muy contenta.


Había una vez, comenzó el nieto su cuento del sueño, un río pequeño, que corría por un valle llamado de las Fuentes.
Su corriente, formada de gotas de agua, transcurría silenciosa en medio de la alameda.
Una tarde la lluvia había sido abundante.

Muchas gotas de agua se había aplastado empapando la tierra. Otras habían caído, en el río, mezclándose con el agua de su corriente.
Solamente una gota se había salvado. Llevada por la corriente, había logrado subirse a una hoja del otoño que flotaba en el río.
Durante un rato largo estuvo balanceándose de un lado para otro hasta que el remanso de unos juncos la detuvo. La gota miró extrañada la hoja.


- ¡Uy!, qué susto me he llevado, dijo en voz baja.


Por unos momentos pensó en su destino.
¿Qué podría hacer ella sola en medio de tanta agua?
¿A quién podría pedir ayuda?
Con esta preocupación y en medio de aquel remanso quedó dormida.

Por la mañana, cuando se despertó, vio, junto a ella, otra gota que se movía suavemente.

Las dos se saludaron con una sonrisa.


- ¿Cómo te llamas?, preguntó una de la gotas.


- No tengo nombre.


- Tienes razón. Yo tampoco tengo nombre. Todos nos llaman gotas de agua.


- ¿Por qué no nos ponemos un nombre?


Desde ahora las dos vamos a estar juntas y tenemos que diferenciarnos.


- ¿Te gustaría que te llamara Perla?


- Es muy bonito.


- Y a ti, ¿qué te parece si te llamo Clara?


- Me gusta mucho.


Las dos rieron juntas la idea de ponerse nombre.

Perla era la primera vez que caía de una nube.
Para ella todo era desconocido. Al remanso de los juncos y su nueva vida en el río parecía muy bonito. Después de la lluvia, cansada, se había dormido y, al despertar, se había encontrado con otra gota.
La aparición de Clara era para Perla algo misterioso.

Clara, sin embargo, había estado muchas veces en la tierra.
La última vez que estuvo, una nube la dejó caer en un lago muy grande y allí pasó la primavera, hasta que un rayo de sol la evaporó.

Al el remanso del río, las dos gotas de agua, se divertían flotando de roca en roca.
Perla llamaba a Clara cuando ésta descubría algo nuevo y Clara invitaba a Perla para que hiciera sus movimientos de balanceo, al ritmo de las minúsculas olas de la corriente.
Los días transcurrían felices.
Del remanso de los juncos, se trasladaron a un pequeño charco.
Subidas en sus hojas pasaban los ratos contemplando las cosas nuevas que iban apareciendo.
El croar de las ranas, el revoloteo de las mariposas y el balanceo de los juncos entretenían a las dos amigas.
Clara y Perla estaban alegres en la charca del río.
Un día, que se divertían chapoteando con el roce de las piedras y se balanceaban en las hojas del otoño, Clara preguntó a su amiga:


- ¿Por qué no seguimos la corriente del río?


Perla no contestó. Sólo miró a su amiga con cara extrañada.
¡Era tan feliz en aquel remanso!


- Aquí, insistió Clara, ya llevamos mucho tiempo. Es muy bonito pero ya lo conocemos todo.


Si salimos de aquí, insistió, podremos llegar muy lejos.


- Pero ¿hasta dónde?


- No lo sé, pero seguro que veremos muchas cosas.


- ¡Mira!, tenemos unas hojas muy grandes que flotan en el agua.


Podremos descansar en otros remansos y conocer nuevas tierras más bonitas que éstas.


- ¿Más bonitas que éstas?, preguntó Perla llena de curiosidad.


- ¡Claro!


A la mañana siguiente las dos se prepararon para el viaje.
Una pequeña brisa les ayudó a salir del charco y, poco a poco, siguieron la corriente.
Pasaron llanuras, bordearon acantilados, bajaron pequeñas pendientes y atravesaron puentes.

Un día, llegaron a una presa.
A lo lejos Perla vio una gran balsa de agua.
Sorprendida miró a Clara.


- ¿Qué hacemos ahora?, preguntó.


Su amiga le tranquilizó.


- Es un embalse, le dijo.


Clara conocía muy bien lo que era un pantano. Se lo explicó y, cuando llegaron, las dos bajaron por un lateral.
Flotando en el riachuelo Perla miró hacia arriba.


- ¡Qué maravilla!, dijo.


Un gran bloque de cemento detenía todo el embalse y, en el centro, un enorme chorro de agua caía en cascada.
Perla permaneció en silencio contemplando aquella maravilla.
El viaje merecía la pena.
Clara también estaba orgullosa de la cara de satisfacción que tenía su amiga.
Esa noche la pasaron al lado del pantano y al día siguiente las dos continuaron el viaje.
Clara iba señalando a Perla, el paisaje tan bonito que había en las laderas, las acequias que salían del río y el lento caminar de las aguas próximas a desembocar.
Era la última parte del viaje y quería que su amiga quedara contenta.
Aquella noche. Clara se despidió de Perla.


- Mañana, le dijo, tú seguirás y yo me volveré a la nube.
Perla la escuchó en silencio.


No entendía eso de volver a la nube, pero no quería preguntar. Sólo sabía que con ella había hecho un viaje muy bonito


- Muchas gracias, le dijo, después de un rato de silencio.


Has sido una buena amiga y guardaré un buen recuerdo de este viaje.
Al día siguiente, cuando se despertó, Clara no estaba. Había vuelto a la nube.

Otro día, volvería a caer, para ser el ángel de otra gota.
Perla siguió el cauce del riachuelo.
Desde lo alto, una nube blanca le acompañó en el viaje hasta llegar al final del río.
Allí se confundió con las aguas del mar, mientras la nube siguió su camino en busca de otra gota que necesitara su ayuda.

Y colorín colorado este cuento ha terminado













miércoles, 27 de febrero de 2008

CUENTO. 12 LA ENCINA SOLITARIA

PRESENTACIÓN


- Abuela,¿hay que ser mayor para escribir cuentos?

- No.
Yo cuando era pequeña ya escribía algún cuento.

- Y, ¿cómo eran los cuentos que tú escribías cuando eras pequeña?

- Eran cuentos como los de ahora y como los de siempre.
Un cuento siempre es un cuento, comience o no comience por ESO
- Y yo, ¿cuándo escribiré el primer cuento?

- Cuando tú quieras como otros niños lo hicieron.
Piensa y comienza el primero que pronto llegará el tercero

- Y ¿cómo sabes tú que si escribo el primero seguiré escribiendo más cuentos?

- Porque soy un poco “adivina” y además, porque cuando te gusta escribir y has escrito el primero, aunque sigas y sigas y sigas, nunca verás “el vaso lleno”

- Y cuando escriba el primer cuento ¿ya me llamaran “cuentista”?

- “Cuentistas” por lo del cuento y “escritor” por otras cosas que seguirás escribiendo.

- Pues mañana comenzaré mi cuento

- Y yo te ayudaré a hacerlo.
Porque leer y escribir son dos cosas que siempre llevamos dentro y las dos por igual queremos. Pero sólo cuando las ponemos en práctica, vemos realizado nuestro sueño.
Y ahora, escucha mi cuento que, cuando escribas el tuyo, será una fiesta leerlo.

“Había una vez, comenzó la abuela el cuento, un encinar en medio de una llanura.
Estaba rodeado de tierras de labranza y numerosos arroyos cubiertos de juncos y mazorcas.
En primavera, el verde y el color de sus campos le daban vistosidad.
En verano las espigas de trigo hacían guardia a su alrededor y en otoño, la tierras aradas en surcos y sembradas de cereales, esperaban de nuevo el brote de la primavera.
Las aves anidaban entre sus hojas, revoloteaban en sus copas y si el frío arreciaba, corrían a cobijarse entre sus ramas.
Conejos y liebres hacían sus madrigueras en los matorrales de su suelo.
Abejarucos y pájaros carpinteros, agujereaban las laderas de sus montículos y picoteaban la madera envejecida de sus troncos, para anidar en su interior. Lagartos y lagartijas invernaban entre sus piedras y, cuando llegaba la primavera, se extendían sobre las rocas para tomar el sol. Bandadas de mariposas revoloteaban durante el día por los aires del encinar y al final de la tarde... los búhos y las lechuzas salían de sus agujeros como compañeros de la noche.


Todo el encinar se sentía orgulloso de sus habitantes y era feliz en medio de aquel paisaje.
Cada año, al llegar la primavera, saludaba a las parejas de aves recién llegadas, les ofrecía su fruto como alimento y les cobijaban a la sombra de sus troncos o entre la frescura del juncal de sus arroyos.
Siempre tenía una sonrisa de cariño para todos.
Recogía entre sus matojos al conejo o la liebre perseguidos por los cazadores.
Ocultaba, entre sus retamas, a la codorniz y a la perdiz atacadas por los perros.
Ayudaba a la paloma herida entre sus ramas y... servía el alimento a los rebaños de ovejas que pastaban bajo sus copas.
Pero un día cambió todo en el encinar.
El hombre decidió extender sus tierras de cultivo.
Grandes máquinas comenzaron arrancar, en cepellón, cada una de las encinas y, en camiones, eran transportadas a parques, jardines y grandes rotondas de la ciudad.
Durante varios días el encinar estuvo ocupado por excavadoras. Desde la falda de la ladera iban subiendo, en rotonda, hasta el otero que se levantaba en medio de la llanura.
El último día por la mañana, cuando los obreros preparaban sus máquinas para seguir la obra, una voz se oyó desde lo alto.
- No arranquéis la encina del montículo. El señor quiere dejarla como recuerdo del gran encinar.


Esa tarde solamente quedó en el alto una de las encinas más veteranas.
Era la “encina solitaria”.

El paisaje quedó destruido, los arroyos despoblados y sus habitantes habían huido espantados por los ruidos de las máquinas excavadoras.
La alegría del encinar había desaparecido.
Las estaciones iban pasando sin el colorido y la vistosidad de siempre. El canto de las aves dejó de oírse.
Ya no sonaba, lejano, el picoteo del pájaro carpintero, ni revoloteaban en el aire las mariposas.
El canto del grillo y el bullicio de la cigarra ya se había olvidado.
La encina solitaria estaba triste.
No tenía compañía.

Un día una pareja de palomas llegó a posarse en su copa.
Revolotearon entre sus ramas, picotearon su fruto y, de nuevo, volaron hasta el arroyo.
La encina les siguió en su vuelo y pronto se dio cuenta que volvían con una ramita en el pico.
- ¡Por fin voy a tener compañía!, pensó la encina.
La nueva pareja había comenzado a construir su nido.
Otras aves se fueron acercando.
Como las palomas, hicieron también su nido y tuvieron sus crías.
Poco a poco fueron devolviendo la alegría al antiguo encinar.
Aquella primavera la encina recibió una nueva satisfacción.
Una mañana observó pequeñas hierbas que crecían a su alrededor.
El arado del hombre se había acercado a su tronco y entre sus surcos había tapado parte de su fruto.
Eran brotes y retoños del encinar.
La encina se sintió el árbol más feliz de toda la llanura.
Ya no estaba sola.
Las aves anidaron en su copa y se cobijaban entre mis ramas.
Los conejos y las liebres volvieron a corretear entre matorrales.
La perdiz y la codorniz anidaron en los trigales.
Los rebaños de ovejas pastaban en los abundantes rastrojos después del verano.
Las ranas volvieron a cantar en los arroyos más próximos y, los grillos y las cigarras frotaron de nuevo sus alas.
La encina dejó de ser solitaria.
De nuevo volvió la alegría, creció el bullicio y brotó a su alrededor la vida que, el hombre con sus máquinas, no había sido capaz de arrancar.

Y colorín colorado este cuento ha terminado
.

miércoles, 30 de enero de 2008

CUENTO 11: LAS CIGÜEÑAS Y EL MOLINERO

PRESENTACIÓN

- Abuela, ¿por qué se dice: “En San Blas la cigüeña verás y si no la vieres año de nieves”

- Porque es un refrán popular que quiere decir que las cigüeñas cuando vuelven a hacer sus nidos es que llega el buen tiempo y ya no va a nevar.

- Pero, ¿lo de San Blas?

- Porque, pasado el día de San Blas, las cigüeñas comienzan a llegar.
- Y, ¿cuándo es el día de San Blas?

- El día 3 de Febrero es la fiesta San Blas.

- Entonces ahora, abuela, ¿todavía podría nevar?

- Claro que podría nevar. Porque no ha llegado Febrero, ni la fiesta de San Blas. Ni han llegado las cigüeñas a la torre a anidar.

- Y, ¿por qué se ha elegido a San Blas?

- Porque dice una leyenda que San Blas vivía en una cueva y solamente salía de ella, más o menos en Febrero, cuando, a lo lejos, en la copa de unos árboles grandes, veía que las cigüeñas comenzaban a hacer su nido.
Un día le preguntaron al santo, por qué hacía eso y él contestó: “las cigüeñas traen el buen tiempo cuando comienzan a anidar”.

- Y tú, ¿por qué sabes tanto de San Blas?

- Porque lo he leído en un libro. Y sé muchas cosas más.

Pero ahora escucha primero el cuento que te quiero contar.

- ¿Es de San Blas o de las cigüeñas lo que me quieres contar?

- ¡Caliente!, !caliente!, pero escucha y verás.


“Había una vez, comenzó el cuento la abuela, una pareja de cigüeñas que, un día, comenzaron hacer su nido encima del muro del molino.
Viaje tras viaje fueron trayendo unos palos, unas hojas y el barro de la charca, hasta que formaron un nido grande y fuerte.
El molinero estaba muy satisfecho.
De todos los alrededores habían elegido su molino.
Cada día, pasaba junto al muro y se quedaba mirando fijamente.
Admiraba el esfuerzo de aquella pareja de cigüeñas fabricando su nido y la habilidad con la que iban colocando los materiales.
Una de las tardes que se acercó para ver aquella gran obra, se dio cuenta que algo se movía dentro del nido.
Eran sus crías, envueltas en un plumón blanco. Miró a su alrededor y vio que una de las parejas se acercaba volando.
A distancia pudo observar, el picoteo de la madre y el bullicio que las crías hacían con la comida.
Poco a poco las crías fueron creciendo y comenzaron a revolotear sobre el nido.
Pronto darían su primer vuelo y, con él, dejarían el nido para formar, como sus padres, una nueva pareja.
El molinero sabía, muy bien que emigrarían a tierras más cálidas. Pero ahora era muy feliz con su compañía y disfrutaba mucho con su presencia. Desde su ventana, se entretenía observando el rojo de sus patas, el revoloteo de sus alas y el traqueteo de su pico.
Por las mañanas, cuando salía a trabajar, procuraba saludarlas, agitando su gorra, como si ellas pudieran entenderle.

Un día, cuando se levantó, el nido estaba vacío
Han emigrado a tierras más cálidas, pensó, pero un día volverán y arreglarán de nuevo su nido, incubarán sus huevos, tendrán crías y para comer, volarán hasta posarse junto al río.
Y yo podré saludarlas.
Cada mañana desde la ventana de su casa miraba el muro vacío.
Pero pensaba en sus amigas que, lejos, eran felices y que pronto volverían al molino donde habían dejado su nido grande y fuerte.
Los días iban pasando.
El molinero había mirado el calendario y, el día de San Blas estaba muy cerca.
“San Blas, la cigüeña verás...”, recitaba el molinero mientras pensaba que pronto volverían sus amigas.
Como todos los años, procuraba que el nido estuviera casi preparado.
Quitaba los palos viejos, reparaba lo que la lluvia y la nieve habían destrozado y metía puñados de paja dentro del nido.
Los huevos, pensaba el molinero, necesitan mullida y las crías, ¡tienen la piel tan fina!...
La alegría del molinero era muy grande cuando los primeros días de Febrero volvía a ver a sus amigas.
Las dos cigüeñas repetían y repetían cada año.
Preparaban su nido.
Cazaban los peces y las ranas que les servía de comida para sus crías y, cuando llegaba la época, se unían al grupo de compañeras y emigraban a tierras más cálidas.
Uno de los años en los que esperaba, como siempre, la vuelta de sus amigas, una gran tormenta arrasó la cerca de su molino y el agua derrumbó el muro.
Vio cómo el agua arrastraba el nido.
Quiso cogerlo, pero no pudo.
La corriente era muy grande.
A distancia fue viendo como se deshacía entre las aguas.

Esa noche, no podía dormir.
Pensaba en sus amigas.
El trabajo y el esfuerzo de tantos años había desaparecido.
Era la época de su llegada y no iban a encontrar nada.
Pero, ¿dónde podré yo construir su nuevo nido?, se preguntaba.
Pensó en una encina que había junto a su casa.
También podría hacerlo en el trozo de muro que se había salvado de la corriente. Pero, no, será mejor hacerlo encima del chaparral.
Y, pensando en el chaparral se quedó dormido.

A la mañana siguiente, se levantó deprisa.
Había que comenzar a fabricar otro nido, antes que volvieran las cigüeñas.
Pero al salir de su casa se llevó una gran sorpresa
Sus amigas de todos los años ya habían llegado y habían sido más madrugadoras que él.
Cuando las vio, se restregó los ojos pensando que era un sueño. Pero no, eran sus dos amigas que habían comenzado hacer su nuevo nido en el tejado de la casa.
Lleno de alegría, el molinero, comenzó a agitar su gorra, mientras las cigüeñas revoloteaban sobre el tejado.
Querían devolverle el saludo, darle las gracias y decirle, que construirían otro nido y seguirían siendo sus amigas.
Y colorín colorado este cuento ha terminado.


- Abuela, cuando me contabas el cuento he tenido un poco de pena.

- Pena ¿de qué?

- Me ha dado pena, cuando la tormenta arrastró el nido y el pobre molinero no sabía que hacer.
- No te debe dar pena porque, peor hubiera podido ser.

- ¿Peor que quedarse sin nido las cigüeñas?

- Imagínate que en vez de estar vacío hubiera tenido dos crías.

- Qué lista eres abuela y qué rápido me has quitado la pena.

- Es que recuerdo una historia que me contó un día mi abuela que es también tu bisabuela

- Cuéntamela abuela aunque no sea como cuento.

Es la historia de dos golondrinas que comenzaron hacer su nido.
Cuando ya estaba terminado, un pájaro carpintero se lo destruyó.
La pareja se sintió muy triste. ¡Habían trabajado tanto!
De nuevo comenzaron a hacer otro nido y... el pájaro carpintero de nuevo se lo destruyó.
Cansadas, decidieron volar hasta otro lugar más alejado.
Cuando ya estaban preparadas... vieron que a su alrededor volaba el pájaro carpintero.
- ¿No te parece suficiente con habernos roto el nido?, dijo una de las golondrinas.
- Me parece suficiente si con esto habéis aprendido, contestó el pájaro carpintero.
Allí donde vosotras queríais hacer el nido, había un nido de avispas que vosotras no habías visto.
¿Qué hubiera pasado si un día, vuestras crías ya nacidas hubieran sido picoteadas y muertas por las avispas?
Las dos golondrinas se quedaron quietas escuchando al “carpintero”.
Sus palabras eran sabias y su intención era buena.
- Muchas gracias “carpintero”, dijeron las dos a la vez, lo que nos parecía malo, salía de un corazón bueno.
- Volad, si queréis a otros lugares y allí podréis hacer vuestro nido, pero no olvidéis este consejo:
“antes de hacer vuestro nido, fijaos bien lo que dejáis dentro”.
Os lo dice vuestro amigo, el pájaro carpintero.

- ¿Qué te parece la historia que un día me contó mi abuela?

- Que ahora, me ha gustado la historia tanto como me gustó el cuento.