martes, 6 de noviembre de 2007

CUENTO 7: PEDRO "EL BUEN LABRIEGO"

PRESENTACIÓN


- Abuela, ¿cómo se llaman los hombres y las mujeres que escriben los cuentos que tú me cuentas y que comienzan por eso?

- Su nombre es como el tuyo y el mío pero les llamamos ”cuentistas” porque se dedican a escribir cuentos.
- Y yo cuando sea mayor ¿podré escribir cuentos como ellos, que comiencen por eso?

- ¡Claro!
Y te llamarán “cuentista” y los leerán las abuelas para contárselos a sus nietos.

- Y, ¿tú has escrito algún cuento que comience por eso?

- Un día, escribí un cuento que comenzaba por eso. Lo guardo con mucho cariño y ahora todavía lo tengo.

- Pues cuéntame, abuela, tu cuento y así podré decir a mis amigos que mi abuela me ha contado su cuento que también comienza por eso.



Había una vez, comenzó la abuela el cuento, un pueblo de Castilla en el que vivía un señor llamado Pedro, conocido por todos como “el Buen Labriego”.
Era de los más pobres.
Solo tenía una tierra. Pero su esfuerzo, trabajando en ella, había hecho que sus vecinos le pusieran ese nombre.
Cada día madrugaba para cuidarla.
El solo, la araba,
la sembraba,
la limpiaba de pequeñas hierbas y,..
cuando llegaba el verano,
la segaba.
Cada año colocaba, en medio de su tierra, grandes espantapájaros vestidos con su ropa vieja. Ponía en sus brazos pequeños molinos de viento y revestía su cuerpo con tiras de plásticos que se movían con el viento.
Pensaba, el pobre labriego, que todo esto era lo mejor que podía hacer para asustar a las aves, aunque los animales y los pájaros del campo ya le conocían y nunca harían daño a su tierra.

Cuando llegaba el verano y ya veía la espiga dorada, el Buen Labriego, comenzaba la siega.
El fruto ya está maduro, pensaba mientras desgranaba una espiga entre sus manos.
Durante muchos días, la familia del Buen Labriego, se dedicaba recoger la cosecha.
Con una guadaña y siguiendo los surcos del arado, iba cortando los tallos amarillentos del trigo.
Detrás, su mujer recogía la espiga en pequeños haces y formaba con ellos grandes morenas.
A su lado, el más pequeño de sus dos hijos, agotado por el sol y el trabajo, descansaba junto al arroyo, a la sombra de un matorral de juncos.
Las mañanas era calurosas y las tardes eran largas pero había que terminar la siega.
Grandes gotas de sudor cubrían sus frentes mientras iban cortando y recogiendo la espiga de trigo.

Después de unos días, todo estaba terminado.
La alegría y satisfacción de la familia era muy grande.

- Ahora, explicaba el padre a toda su familia,
acarrearemos
la espiga a la era,

la trillaremos,
la aventaremos y...
en grandes sacas de lino, llevaremos el trigo al granero.- Y el pan, ¿cuándo tendremos el pan de trigo?, preguntó el más pequeño.

- Primero tenemos que separar el grano, dijo el padre.

Después lo llevaremos al molino.
El molinero sacará la harina y, poco a poco, iremos haciendo el pan.
Pasaron unos días y el Buen Labriego vio con satisfacción que la cosecha había concluido.

El trigo limpio, metido en las sacas de lino, ya estaba guardado en la panera de su casa.

Esa noche toda la familia durmió tranquila.
Por unos momentos, dejaron de pensar en la fuerte tormenta con granizo que podría romper la espiga o en los fuertes aguaceros que tumbarían los tallos haciendo imposible la siega.
Todo había pasado y el temor había desaparecido.
Antes de acostarse, el Buen Labriego, hizo una visita a la panera.
En aquellas sacas, colocadas en orden, estaba la cosecha de trigo, el trabajo y el sudor de todo el año y... el pan que alimentaría a su familia.

Pero la alegría no duró mucho en la casa del Buen Labriego.

Un día, cuando se levantó y fue a visitar, como siempre, su panera, vio, con asombro, que las sacas tenían un agujero, del que habían salido pequeños montones de trigo.
Por unos momentos quedó sin moverse.
Sólo de su boca salió una exclamación:
- ¡Mí trigo!
Agachado en el suelo fue recogiéndolo con la mano, mientras seguía mirando los agujeros por donde había salido.
En medio del silencio, dos ratoncillos salieron corriendo de uno de los agujeros.
- ¡Ratones!, exclamó, de nuevo, el Buen Labriego.

Quiso correr detrás de ellos pero no pudo hacer nada.
Despacio, fue moviendo cada una de las sacas pero al final se dio cuenta que, de momento, era imposible cazarlos.
Un agujero en la pared era su refugio.
Lentamente bajó la escalera pensando lo que podría hacer para librarse de esos pequeños animales que le estaban comiendo el trigo.
Se lo contó a su mujer y los dos comentaron posibles soluciones:

- Unas ratoneras, dijo el marido, sería una solución.

- También, dijo su mujer, podríamos probar metiendo, por la noche, un gato en la panera.

- O si es necesario, dijo su marido, haremos guardia, los dos, junto a las sacas de trigo. Pero no podemos dejar pasar esta noche sin dar una solución.
- Son malos, dijo en voz baja su mujer.

- ¿Malos?, dijo su marido.
Yo diría que son muy malos.
Conozco muy bien a estos animales
.
Son capaces de destrozar una tierra entera cuando son una familia grande.


- Tienes razón, afirmó su mujer.

EL Buen Labriego se puso mano a la obra.
Colocó varias ratoneras con queso, limpió el suelo de granos de trigo y...
tapó los agujeros de las sacas.

Así, pensó mientras cerraba la puerta de la panera, irán directamente al queso y ¡plas!
Caerán los primeros y del susto ya no volverá ninguno más.

Al día siguiente subió a la panera.
Abrió la puerta y vio, con sorpresa, que allí, estaba todo en orden.
Durante varios días hizo lo mismo y... las ratoneras seguían con su queso, las sacas de trigo con los agujeros tapados, y la duda del buen labriego que, no sabía lo que estaba pasando.
Los ratones han desaparecido, pensó.
Pero no puede ser.
Hay que seguir vigilando.
Dentro del agujero que servía de casa a la familia de ratones, los pequeños animales que habían descubierto las sacas de trigo, corrieron la voz entre sus compañeros.

- Tendremos comida para mucho tiempo, habían comentado entre ellos.

La noticia llegó al padre de los ratones que, al oír el lugar donde habían encontrado la comida, dijo con cara de enfado:

- ¿Cómo?
¡Que habéis entrado en la panera del Buen Labriego!
¡Un pobre labrador que no tiene más que cuatro sacas de trigo para alim
entar a su familia!
Los ratones, asustados, escucharon en silencio las explicaciones.
Con los ojos, mirando fijamente al padre, se arrepintieron de todo lo que habían hecho y, en adelante, prometieron no hacerlo más.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.



- Y ¿el Buen Labriego?, preguntó el nieto.
- El Buen Labriego, contestó la abuela, nunca supo nada de la conversación que habían tenido los ratones con el padre.
Pero sí supo que el trigo de la cosecha no había disminuido y que los ratones habían desaparecido por arte de magia.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigo leyendo tus cuentos y firmando como anonimo. Poner el nombre te daría lo mismo. Pero me gustan.
Relato corto y entretenido.
Me gusta mucho en todos el diálogo del nieto con la abuela.

Anónimo dijo...

Soy de pueblo e hijo de labradores y conozco a los ratones.
Me gusta el cuento y me gusta cómo describes cada una de las labores del campo y cada uno de los pasos que se van dando hasta llegar al pan.
Felicidades al buen labriego.

Anónimo dijo...

También me ha gustado el buen labriego porque sin querer o queriendo comentas faenas del campo durante la recolección del trigo en verano.
Hoy hay otras máquinas pero me gusta mucho.
El sermón del padre ratón que no falte.

Anónimo dijo...

sigue poniendo más. el del labriego es muy bonito y los dibujos preciosos.

Anónimo dijo...

!olé! !olé !olé! por jose luis.

Anónimo dijo...

otra vez escribo por mi hermana que no escribe en el ordenador. A mi me ha gustado mucho y a mi hermana tambien.Me dice que te diga que te recuerda mucho.

Anónimo dijo...

hola jose luis:
sigo leyendo los cuentos que escribes. Me gustan mucho y se leen rapidamente que gusta mucho.

Anónimo dijo...

los ratones desaparecieron por arte de mágia como la magia que nos hacías en clase.
Me siguen gustando tus cuentos,por lo que dices y como lo dices y además son cortos.
Sigue escribiendo más.

Anónimo dijo...

me ha gustado mucho.